Animated Turtle

Libro de fuego - 3. Lo que ocultan las tormentas




   Algo más de un día después de ser abatido por aquella extraña y sombría udhaulu, Helvet despertó, somnoliento. Abrió los ojos de golpe al vislumbrar el último recuerdo de la pelea y se levantó de un salto y gritando. Lainúa lo observó, asustada, y se alejó un poco; Helvet estaba fuera de sí, enloquecido en un furioso arrebato que no le permitía más que escupir insultos y sangrientas amenazas, aporreando el suelo y revolviéndose con fiereza. Abría mucho la boca al igual que los ojos, cuyas pupilas contraídas delataban que aún no se hallaba consciente del todo, que algo le había herido muy adentro y dejaría una cicatriz que jamás conseguiría olvidar. Tras unos segundos más en aquel estado se calmó, arrodillándose y poniendo la cabeza en el suelo, con las manos aferrando su cabello y los codos clavados en la dura piedra. De repente se giró a un lado y miró a la náelmar, manteniendo parte de aquella ira en sus ojos.
   —¿Qué haces aquí? ¿Qué ha pasado? —preguntó rápido mientras respiraba con fuerza.
   —Te encontré cerca, inconsciente —respondió Lainúa, con temor—. Supongo… que querías dejarme atrás, pero me asusté mucho cuando no te vi aquí y salí a buscarte. Siento ser una molestia…
   —¿Y qué me has hecho, me has tocado? —dijo, molesto.
   —Solo para traerte hasta aquí.
   —¿Te burlas de mí? Las heridas que recibí apenas duelen ya, y se supone que aquella estúpida me dio por muerto. ¡Has hecho algo! —gritó.
   La náelmar no respondió y Helvet tomó aquello como si le estuviera dando la razón, por lo que se puso en pie de un salto y le propinó una violenta patada a Lainúa en la cara, que la arrojó al suelo y le hizo sangrar.
   —¡¿Cómo te has atrevido a poner tus manos sobre mí, basura?! ¡Quería dejarte aquí tirada porque me tienes harto! Y luego aparece esa estúpida y tú me buscas y me arrastras de vuelta.
   Helvet volvió a sentirse tan furioso que golpeó la pared de la cueva con todas sus fuerzas y gritó con rabia en la voz una y otra vez; se sentía frustrado por la derrota de la noche pasada y por haberse vuelto a encontrar con Lainúa.
   Mientras, la muchacha yacía en el suelo con la boca llena de sangre y muy dolida en su interior, pues había tenido la ilusión de que tras su esfuerzo por salvarle las cosas podrían ir mejor. El golpe recibido la hacía sentir más herida por dentro que por fuera, que en su rostro, el que cubría con un brazo al tiempo que cerraba los ojos desconsolada. Solo oyó cómo el udhaulu agarraba las bolsas, de las que Lainúa había tomado poca cosa en el tiempo que cuidó de Helvet, y se alejaba murmurando todo tipo de insultos y maldiciones.
   Sin embargo, el udhaulu no pudo alejarse demasiado, aún estaba débil y las piernas le flaquearon, arrastrándolo a hincar una rodilla en el suelo. Lanzó más improperios, frustrado, pero no pudo hacer más que resignarse a quedarse sentado, pues no se encontraba del todo bien.

    La rabia de Helvet fue mermando como una hoguera que deja de disponer de hojas secas que consumir. A pesar de que su interior se encontraba bajo una violenta tormenta de pensamientos, trataba de ponerles orden pues su cuerpo no podía responder aún como él deseaba.
   No recordaba haberse sentido tan furioso antes, pues jamás había conocido la derrota, y nunca se había imaginado que esta pudiera llegarle de manos de una elvannai tan ridícula; mas se negó a admitirlo, y se repitió a sí mismo que la próxima vez estaría más atento y sería más cruel; no daría oportunidades. A este malestar se sumaba el desagrado de haber regresado junto a la náelmar y la frustración que sentía al pensar que además había sido salvado por ella, pues habría muerto si se hubiera quedado solo e inconsciente en el desierto. No sentía agradecimiento alguno, pero sí una diminuta sensación que le incomodaba y que nunca antes había notado, y que lo alteraba aún más si se paraba a pensar en ella.
   No quiso pues continuar pensando en el tema y se limitó a dejar pasar el tiempo. Se movió hacia la parte más profunda de la pequeña cueva, cerca de Lainúa, que ya se había sentado aunque permanecía con la cabeza agachada y triste. Pocos minutos después la náelmar se levantó, y despacio, se dirigió a la salida.
   —Me voy, no quiero hacer que te sientas incómodo más tiempo… —dijo, sin darse la vuelta.
   —Haz lo que te venga en gana —le dijo Helvet. La náelmar dio unos cortos pasos, luego se detuvo a pensar en lo que había escuchado y se atrevió a decir:
   —¿Incluso quedarme?
   —He dicho que hagas lo que te venga en gana —dijo solamente el udhaulu, evitando mirarla.
   Entonces Lainúa no dudó mucho y regresó al lugar donde había estado sentada, con una pequeña sonrisa en sus enrojecidos labios.

   No hablaron durante el resto del día, y Helvet ni siquiera la miró; pasaron la noche allí y despertaron al día siguiente temprano. Lo primero que hizo el udhaulu fue comprobar si ya podía sostenerse en pie, y viendo que sus piernas le respondían bien no quiso perder ni un solo instante para ponerse en marcha de nuevo. El principal objetivo de Helvet era llegar al lugar al que se había dirigido antes de ser derrotado.
   Se quedó unos segundos pensando y entonces se preguntó si aún conservaría aquello entre las cosas, pues era algo que todo udhaulu anhelaba y no sería extraño si quien le derrotó se lo hubiera llevado. Se lanzó junto a los fardos y buscó en ellos con rapidez, y para su alivio, encontró el objeto tal y como lo había dejado. No entendía por qué la otra elvannai no se lo había llevado; en realidad, ni siquiera le había arrebatado la comida ni la ropa, cuando lo normal era saquear a los caídos; Helvet sentía cada vez más odio hacia la extraña de aquella noche. Lainúa se acercó al ver la reacción desesperada del udhaulu, y le preguntó:
   —¿Qué es eso?
   —Algo que no te interesa, estúpida. —Guardó el objeto con celo y se puso en pie—. He de llegar a cierto lugar, me marcho ya.
   La náelmar asintió, tomó el fardo que el otro había dejado en el suelo, y lo siguió. Helvet se dirigió hacia el noroeste como si supiera que tenía que ir por ahí. Su paso se hizo rápido enseguida, y nadie habría dicho que había estado inconsciente durante el día anterior. La derrota sufrida lo dejaría herido en su orgullo hasta que lograra vengarse y liberar todo su odio. Pero también era consciente de que era inútil centrarse en eso, aunque no dudaba que descargaría su ira con la primera criatura viva que hallase en el camino.
   Y no fue hasta pasado el mediodía cuando encontraron alguien que también caminaba por el desierto. Eran dos udhaulu que cruzaron el rumbo con los viajeros y que, como de costumbre, se detuvieron al verlos y los observaron, preparándose.

   Lainúa se dio cuenta de que Helvet reaccionaba de otra manera, y se quedó quieta, observando sin retroceder. El udhaulu tiró su bolsa al suelo y se lanzó como una bestia hacia las otras dos, gritando con fiereza. Las elvannai no se echaron atrás aunque en sus rostros apareció el desconcierto ante la fiereza de Helvet. Este no tardó en situarse frente a las enemigas, e ignorando el intento que hicieron de atacarle en conjunto, mandó a una de ellas a volar con un fuerte estallido de fuego y aferró a la otra clavándole los dedos en los antebrazos. La miró por un segundo con los ojos muy abiertos por la ira, y recordó a la udhaulu de negros cabellos que lo había doblegado. Un grito salió de él como el bramido de un volcán al tiempo que golpeaba a su rival en el estómago con un rodillazo. Luego le agarró su cabeza sin miramientos y la arrojó al suelo, lanzándose detrás. La aprisionó y comenzó a golpearle la cara, una y otra vez con los puños cerrados y sin darle paso al descanso pese a que la sangre y el dolor poblaban cada vez más del cuerpo de aquella elvannai, y los nudillos de Helvet. La «enemiga» chillaba con cada impacto, pero eso no le importaba a su agresor porque estaba centrado en la imagen de su propio tormento, que renovaba su ira a cada segundo y le impedía sentirse satisfecho, pues no era a aquella udhaulu a quien en verdad estaba castigando.
   La náelmar contemplaba la violenta escena con espanto, y se dio cuenta al poco rato de que la víctima ya no gritaba; pero Helvet no cesaba en su agresión, gritando insultos furiosos. Lainúa se acercó despacio y sintiéndose preocupada, y pudo ver de cerca el sangriento destrozo que había desfigurado a la udhaulu desconocida, quien todavía seguía recibiendo puñetazos. La visión la horrorizó y apartó con rapidez la mirada, mas el leve sonido de los impactos no calló y así no fue capaz de esconder la horrible imagen en las sombras de su pensamiento; cada vez se sentía peor.
   —Por favor, detente —murmuró Lainúa—. Ya es suficiente… —dijo, un poco más alto. —Helvet se detuvo, con uno de los brazos en alto; giró la cabeza, enfurecido.
   —¿Acaso quieres que ahora te destroce a ti? ¡¿Es eso lo que quieres?!
   —¡No! Pero no es esta de quien tienes que vengarte —dijo, tratando de hacerle entrar en razón—. Ya solo golpeas un cadáver.
   El udhaulu pareció calmarse un poco y entonces miró la cara destruida que yacía bajo él, luego observó sus ensangrentadas manos y se levantó, limpiándose en la ropa de la caída.
   —Tienes razón, es mejor cuando sufren y gritan —dijo, calmado tras mirar por un segundo a Lainúa, de reojo.
   La náelmar se sintió aliviada, pero no se percató de aquella mirada pues tenía los ojos puestos en la arena. Levantó la cabeza y vio cómo el udhaulu buscaba en silencio entre las cosas de las caídas, por lo que se apresuró a llevar sus fardos para ayudarle. Pudieron encontrar un poco de carne y agua, que era lo que más necesitaban. Nada de valor, ni siquiera ropas, así que se prepararon para continuar el viaje, aunque antes Helvet remató con fuego a la que había herido primero. Lo hizo de un solo golpe y la náelmar no se atrevió a replicar, se limitó a apartar la mirada. Luego reanudó la marcha.
   Lainúa iba detrás, como de costumbre, pero sentía algo extraño en la figura del udhaulu, que caminaba más despacio y mantenía el rostro más alzado que de costumbre.
   —¿Te encuentras mal por lo que has hecho? —preguntó la náelmar de pronto.
   —No, soy un udhaulu. No me remuerde matar, y menos a escorias —contestó, serio.
   —Entonces, ¿por qué estás así?
   —Cierra la boca ya, no sabes qué estupidez estás preguntando.
   Lainúa se encogió, creía que iba a ser insultada o amenazada, mas no fue así. Pensó entonces que quizá sí que se había acercado un poco más al udhaulu, a pesar de todo. Con aquella idea tan buena continuó la marcha por el desierto junto a Helvet, y pronto la oscuridad se les echó encima y tuvieron que resguardarse una vez más.

   En la jornada siguiente no tardaron en hallar otra dificultad pues al mediodía el viento empezó a soplar de manera extraña. El udhualu ni se inmutó, pero Lainúa comenzó a inquietarse y no pudo evitar hablarle.
   —El viento… es más fuerte. ¿No es extraño?
   —No en Uaru Jrosk, cuando se forma una tormenta de arena —dijo Helvet.
   —¿Y no es peligroso caminar con una de esas tormentas? —dijo, preocupada.
   —No para mí.
   Aquella respuesta no tranquilizó a Lainúa. Había pensado que en caso de una tormenta esperarían a que pasara dentro de alguna cueva, pero ahora tenía claro que Helvet no estaba dispuesto a detenerse ni por algo así. No quiso ni intentar persuadirlo porque sabía que obtendría un no, así que se limitó a rogarle a las Atalven que aquello no fuera a más.
   Sin embargo, su ruego no fue escuchado por nadie más que por el viento, que sopló cada vez más fuerte hasta convertir su voz en aullidos, que levantaban la arena como si se tratara de una densa nube de color gris que lo engullía todo. La tormenta no cesó durante horas, pero ellos tampoco se detuvieron, a pesar de que la náelmar se sentía más agobiada y acalorada que nunca, pues a cada instante era golpeada por la tierra, que la obligaba a cerrar los ojos; solo deseaba guarecerse bajo un tranquilo refugio y poder respirar. Helvet también iba a ciegas, aunque a diferencia de Lainúa, él permanecía inalterable al igual que sus propios deseos.

    La tormenta continuó hasta que tras varias horas sintieron que la fuerza del viento se debilitaba, de manera casi imperceptible. Poco a poco amainó al igual que la arena en el aire, hasta que se redujo a la típica brisa que mantenía algo de polvo suspendido. Los dos se descubrieron el rostro y pudieron observar que ya atardecía. Helvet miró a un lado y a otro como si buscara algo, y luego fijó la vista en una dirección hacia la que encaminó sus pasos.
   —¿A dónde vamos? —le preguntó la náelmar.
   —Llegaremos mañana, está a punto de anochecer —dijo.
    Y no añadió ni una palabra más durante el poco tiempo que siguieron andando. Esta vez no hallaron cueva alguna y se tuvieron que conformar con un hueco en la fachada de un gran peñasco, aunque el sitio les sirvió para detenerse en la noche y esperar así a que amaneciera.
   Tras la primera luz de Eierel anduvieron sobre la cálida arena durante varias horas secas hasta que por fin en lontananza comenzó a distinguirse un paisaje diferente. Tuvieron que acercarse más para poder observarlo bien, y Helvet reaccionó como si hubiera encontrado algo que no estaba en sus planes. A sus pies, la arena parecía tornarse húmeda y había rocas marrones que asomaban del suelo, y frente a ellos veían crecer árboles extraños y arbustos. A Lainúa se le iluminó el rostro pues no esperaba hallar algo así en medio de tan árido paraje, y se atrevió a adelantarse al udhaulu, que fruncía el ceño tratando de averiguar dónde habían llegado.
   —¿Es este el lugar al que querías llegar? ¡Es maravilloso! —dijo la náelmar.
   Helvet no dijo ni una palabra, aquel no era el sitio que buscaba, aunque no estaba dispuesto a admitir que se había desviado. De todas formas pensó que podría encontrar algo útil allí, pues sabía que en contados lugares de Uaru Jrosk había aguas subterráneas que conseguían salir al exterior, y en torno a las charcas o lagunas que formaban crecía vegetación. Muchos animales y también otros udhaulu solían reunirse en estos lugares.
   Lainúa ya casi podía tocar las hojas más cercanas de los árboles que había visto, de los cuales desconocía el nombre, aunque no por ello perdía la sonrisa. El suelo era ahora de arena mojada, y varios brotes de hierba se alzaban a pocos centímetros del terreno en los bordes de la barrera vegetal. A los brotes los seguían arbustos redondeados cuyas hojas poseían un verde oscuro bastante llamativo. Más atrás crecían árboles cuyos troncos eran como brazos entrelazados, que se unían a lo largo de varios metros de altura. Sus cortezas eran de color marrón claro excepto en el punto más alto, donde se tornaban verdosas al igual que los largos tallos que crecían allí. Estos eran la base de múltiples hojas alargadas, que terminaban en una punta redondeada y se extendían con una gran longitud.

   Aquella era la base de la vegetación del oasis que encontraron los elvannai, al menos de su zona más exterior. Aquellos árboles, además, proporcionaban una especie de frutos que la náelmar pudo observar, preguntándose a qué podrían saber. Estaba ya un poco cansada de comer solo carne cruda. El udhaulu alcanzó a Lainúa, y así los dos cruzaron casi al mismo tiempo la primera línea de arbustos, y se adentraron en el oasis, pudiendo contemplar el esperado cúmulo de agua: un pequeño lago. La náelmar tuvo la intención de lanzarse hacia la orilla de la laguna, pero sintió que un brazo la aferraba, impidiéndole continuar.
   —No te vuelvas más estúpida de lo que ya eres —le dijo Helvet, sin mirarla.
   —¿Por qué? —preguntó la náelmar.
   —Ni siquiera debería molestarme, sería preferible dejar que descubrieras tú misma si hay alguien esperando a que bajes la guardia cerca del agua.
   —Lo siento —dijo Lainúa mientras agachaba la cabeza, comprendiendo que habría podido cometer un error mortal de haber seguido.
   Retrocedió y se colocó detrás de Helvet y aunque le pareció raro, por primera vez se sintió protegida. Pese a que el udhaulu la había insultado como de costumbre, también la había alejado del peligro sin llegar a enfadarse, lo que le producía una agradable sensación en su interior. Quiso acercarse más a él, mas no lo intentó por no abusar de la situación, y se limitó a seguirlo mientras observaba con cautela el entorno.

   Atravesaron varios arbustos sin avistar nada extraño, y así llegaron hasta una estrecha línea de tierra que separaba las plantas del agua. Allí la náelmar miró al otro como si le estuviera preguntando si había algún peligro; Helvet respondió empujándola hacia el agua con cara de desprecio, sin apartar la mirada de su alrededor. Lainúa se dejó caer sin problemas, y bebió con alegría de aquella agua tan clara y fresca que le parecía un regalo de las Atalven. Cuando se hubo saciado se sentó, pero el udhaulu la obligó a levantarse. 
   —Haz algo útil y vigila —le dijo.
   —De acuerdo —dijo ella, irguiéndose con prisa.
   Lainúa intentó no perder de vista ningún punto de aquel oasis mientras él se arrodillaba para tomar agua. Helvet aprovechó además para llenar dos pequeños recipientes que llevaba, hasta que se vio interrumpido por un sonido que le alertó. Levantó la cabeza de inmediato y se puso de pie lentamente. Comenzó a caminar hacia su izquierda mientras la náelmar no sabía qué estaba pasando, aunque lo siguió; no se oía nada más, pero Helvet recordaba muy bien de dónde había venido aquel ruido. Tras unos tensos segundos dio con algo que se ocultaba entre unos matojos, más bien alguien, pues un udhaulu yacía malherido en el suelo. Helvet se sintió decepcionado y preparó sus manos para dar muerte al desconocido; entonces su acompañante intervino de pronto.
   —Espera, ¿por qué vas a matarlo? —dijo.
   —¿No es obvio? Es basura —respondió, molesto.
   —Pero parece muy lastimado…
   —¿Y qué? Deja de interponerte —dijo, empujándola.
   —Así no merece la pena… ¿No sería mejor si pudiera luchar contigo estando bien? —dijo, intentando convencer a Helvet.
   —No, el resultado sería el mismo —dijo, impaciente por asesinar al desconocido.
   —Pero podría ser útil, de alguna manera. Ya es como si estuviera muerto, ¿no? —dijo—. Entonces, ¿por qué no aprovecharlo?
   Helvet dudó unos instantes como si pensara posibilidades, mientras miraba al que permanecía en el suelo. De pronto se agachó con presteza a su lado y lo agarró por los cabellos.
   —Aún vive, dudo que por mucho tiempo —dijo con frialdad. Luego lo arrojó cerca del borde del agua.
   —¿Qué quieres decir? —le preguntó la náelmar, esperanzada aunque preocupada por el udhaulu herido.
   —Haz lo que te venga en gana —fue la única respuesta. Después se alejó, dándole la espalda.
   Lainúa no esperaba aquella reacción, pero no se demoró en correr hacia el udhaulu herido. Mientras, Helvet no sabía qué pensar, no sabía por qué había cedido. Intentó imaginar de qué maneras podría aprovecharse de aquel desconocido, lo que le resultaba fuera de lugar, pues él estaba acostumbrado a matar sin más. Se perturbó por un momento tan efímero que le pareció irreal, y enseguida se le ocurrió que al menos podría preguntarle por el lugar al que en verdad quería ir. Escogió esa conclusión y entonces se dedicó a investigar el oasis, prestando atención a los posibles animales e intentando recoger algunos frutos de los árboles.
   Tras un rato decidió regresar al lugar donde había arrojado al otro udhaulu, sintiéndose un poco más calmado, pues ya tenía claro qué hacer. Se sobresaltó al encontrar al elvannai sentado con Lainúa arrodillada a su lado, y no perdió más tiempo en intentar averiguar lo que quería, así que aceleró el paso. Cuando estuvo próximo a ellos habló sin soltar las bolsas que llevaba.
   ¿Dhum’dar arsktu’u ard Ludh’o Umlum? —dijo solo para el udhaulu.
   Tuarjrum zmumkus otarfrusk zmarsku, tuumdhusk gumrusk, ¿zmum tubro’u dharko’tuardum? —dijo el otro, hablando despacio. Helvet se enfureció y tiró las cosas al suelo para acercarse a él y agarrarlo por el cuello.
   —Responde, ahora —dijo, amenazándolo sin miramientos y apretándole la garganta.
   —Por favor, espera —dijo Lainúa, interrumpiéndole—. No tienes por qué hacer eso…
   —¿Y qué tal si te lo hago a ti? —dijo, mirándola con frialdad.
   —De a… De… acuer… do… —dijo como pudo el otro udhaulu—. Te lo…diré… —Fue soltado con desgana por parte de Helvet, que esperó la respuesta—. Ludh’o Umlun… no está muy lejos… Primero al norte unos dos días, y luego hacia el noreste unos tres más, a paso normal.
   —Bien —dijo Helvet.
   —Al final ha servido… —dijo aliviada la náelmar, para luego horrorizarse al ver cómo el udhaulu herido recibía un fuerte puñetazo de Helvet—. ¡No, espera, no lo mates! —exclamó, atreviéndose a aferrar del brazo al udhaulu.
   —¡No me toques! —gritó él, tirándola al suelo con violencia—. ¡Esta basura ya no le es útil a nadie!
   —Pero… ¡No merece eso! —dijo Lainúa desesperada, desde el suelo—. No quiero ver cómo siguen muriendo por nada…
   —¡Últimamente estás hablando más de la cuenta! —dijo Helvet, enfureciéndose. Apretó con fuerza los puños sin dejar de mirar al otro udhaulu. Este parecía aceptar la suerte de tener que morir a manos de otro, después de todo, era lo más normal en la Tierra Baja.
   —Si has de matarme, hazlo —dijo, sin ningún rastro de súplica en su voz.
   Lainúa no dejaba de mirar a su compañero de viaje con los ojos llorosos, expectante, rogándole con la mirada que se detuviera. Cada vez que veía morir a alguien por sus manos, sentía algo muy desagradable que la dañaba por dentro, que le hacía entristecer, y sobre todo percibía que Helvet no se sentía del todo bien asesinando; por eso quería evitar como fuera una muerte más, por los dos. Pero en aquella ocasión no pudo hacer nada, y el udhaulu no tardó en estallar con un grito de furia al que siguió una llamarada que destelló mortal y rugió con fuerza.
   La náelmar había pegado la frente al suelo para no volver a ver una muerte, se sentía triste y abatida ante la imposibilidad de persuadir a Helvet, decepcionada de no ser capaz aún de provocar un cambio en él. Se levantó despacio y giró hacia otro lado para no ver el cadáver, pero así pudo observar que lo que en verdad había ardido eran plantas y árboles que ahora eran cenizas a la derecha de los elvannai. Comprendió que al final Helvet se había dado la vuelta, desviando su ataque; aunque ya se había alejado un poco de los otros dos. El udhaulu desconocido yacía en el suelo, asustado a la vez que asombrado. Lainúa se acercó a él.
   —¿Estás bien? —le preguntó.
   —Sí… Me sorprende que no me haya matado… Gracias —dijo, mirando a la náelmar.
   —¿Nos ayudarás hasta llegar donde él quiere?
   —Claro… no me gustaría volver a enfadarlo —dijo con temor.

   Lainúa le sonrió e intentó ayudarle a sentarse, le agradaba encontrar un udhaulu que no fuera tan malintencionado como los demás, aunque quizá solo fuera porque estaba herido. Tenía unos peculiares ojos de iris amarillo oscuro que la náelmar no había visto nunca, en un rostro algo redondeado que estaba cubierto por una melena de color castaño. Sus cuernos crecían similares a los de Helvet aunque eran más cortos, desde los laterales de su frente curvándose hacia el interior.
   La náelmar se puso de pie y lo ayudó a levantarse, tendiéndole una mano; así pudo comprobar que tenía más o menos su misma estatura.
   —¿Cómo te llamas? —le preguntó.
   —Me llamo Su’hon… ¿Cuál es tu nombre?
   —Soy Lainúa —le dijo, sonriendo.
   Estaba contenta de que le respondiera a aquella pregunta que Helvet todavía no le había contestado, a pesar de las veces que se la había formulado. Sin embargo, la incertidumbre que tuvo en aquella ocasión iba ahora más allá de querer conocer su nombre, porque no tenía ni idea de cómo reaccionaría el udhaulu ante la propuesta de viajar con alguien más. No sabía siquiera cómo la había soportado a ella hasta el momento, por lo que sentía escalofríos al imaginar su respuesta ante otro acompañante, a pesar de estar decidida a que Su’hon fuera con ellos.





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