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sábado, 3 de octubre de 2020

Mi experiencia con una editorial o "esa sensación de ya me parecía a mí que mi sueño se estaba cumpliendo demasiado rápido"

 

(Así quedó lo que pareció que iba a ser mi sueño)


   Terminé de escribir y corregir "El Jardín de Eierel" allá por 2016 y el ingenuo que era en aquel entonces pensó que la única opción era buscar una editorial para publicar. He de reconocer (y en secreto me siento muy orgulloso de esto) que contacté con pocas y de manera muy pasiva. Así, sin esperarlo, la editorial "del reino del rey Arturo" me respondió mostrando interés en publicar mi novela. Solo habían pasado cinco meses desde que empezara a mandar correos de vez en cuando, por lo que estaba asombrado. Sin embargo, no había nada que temer. La editorial era tradicional y yo no tendría que gastar ni un duro, aunque solo me llevaría un 10% de las ganancias. Pero leí que eso era lo normal, sobre todo, para un escritor novato. Pensé que todo estaba genial y firmé el contrato. 

   Lleno de preguntas, como casi cualquier otra persona en esta situación, traté de aclarar todas las dudas con el editor y tener claro cuál era el plan a seguir. El primer inconveniente fue que el libro era demasiado extenso, por lo que hubo que dividirlo en dos, cosa que me ofrecí a hacer para que no separaran la novela de manera arbitraria. La maquetación corrió por cuenta de ellos, aunque la verdad es que nunca me gustó cómo quedó, con todas esas líneas tan separadas y espacios después de cada línea de diálogo. Pero en fin, ellos eran los expertos.    

   Mi primera presentación tuvo lugar poco tiempo después. Hay que decir que vivo en Tenerife, Islas Canarias, y que esta editorial tiene su sede allá por las tierras septentrionales de la Península Ibérica. Nunca me dieron un número de teléfono, así que siempre contactamos por correo. Y si no hubiera mirado el correo dos horas antes de acudir a esa presentación, habría ido en vano porque fue cancelada y el editor me avisó con un mensaje. Qué vergüenza dio decirle después a todo el mundo que el evento había sido cancelado porque aduanas había retenido los libros y no estaban en Agapea (la librería). Aunque más vergüenza me dio imaginar qué habría pasado si no hubiera revisado el correo a tiempo. 

   El problema principal no parecía ser de la editorial (aunque, pensándolo bien, no habría existido si hubieran enviado los libros un poco antes). Así pues, tuve que esperar más de un mes para poder realizar esa presentación, y tuve que afrontar la charla yo solo porque el editor no podía venir desde la Península. Tengo ansiedad social. Aun así, en situaciones en las que es necesario hablar soy capaz de desconectar y representar un personaje, olvidar que soy yo el que habla. De esta manera, mi mayor preocupación (pues también había estado ensayando qué decir) fue el precio que la editorial le puso al primer libro: 25 euros. Había intentado persuadir al editor para que lo rebajara, pero me dijo que esa cifra seguía la estela de precios de la editorial. En mi cabeza no entraba que fuera sensato ponerle semejante precio al libro de un autor que nadie conocía, pero en fin. De todas maneras, las únicas personas que acudieron a mi presentación y compraron libros fueron mis amigos y familiares. Al final, ¿quién sacó dinero de todo esto? 

   Bueno, la experiencia no estuvo tan mal, después de todo, y yo estaba ansioso por dar un paso más. Traté de simpatizar un poco con el editor, pero siempre se mostró frío incluso después de todo este asunto. Aun así, quise seguir haciendo presentaciones y le mostré una lista de librerías en Tenerife e incluso en Gran Canaria. Organizó un evento en la librería Canaima, en Las Palmas, y allá que me fui en barco en mayo o junio. Me acompañaron dos familiares y nosotros pagamos los gastos, lo cual me pareció bien porque esto no formaba parte del contrato. Ellos y las dos mujeres que trabajaban en la librería fueron los únicos asistentes a la presentación. Bueno, al final no hubo presentación; no tenía sentido que hablase para nadie. Por fortuna, mis expectativas eran tan bajas que el golpe no me dolió demasiado. Mi madre habló un poco con las señoras de la librería y una de ellas dijo que había conversado a través de mensajes de Facebook con el editor, un hombre un tanto seco que no parecía interesado en el tema y que no hizo promoción alguna; hasta ella estaba extrañada con el asunto. Y cierto fue que no hubo promoción alguna por parte de la editorial, y que yo tuve que hacer lo que pude por Facebook. Agregué a gente que no conocía, solo si les interesaba la literatura fantástica, y les mandé mensajes y traté de difundir el evento. Pero no sirvió para nada y al final aquello se convirtió en un nada desagradable fin de semana en Gran Canaria. Ya saben: hotel, paseos, helados, playa de Las Canteras... un gozo. Pero ninguna venta. 


   A partir de ese entonces, todo empezó a declinar. De algún modo, yo seguía optimista y creyendo que se podría arreglar, así que a pesar del fracaso del que le hablé al editor, propuse más presentaciones. Entonces comenzaron a pasar los meses mientras yo esperaba una respuesta y mi libro se moría del asco. No contactaba con el editor por no ser pesado, hasta que la ansiedad me pudo y tuve que insistir. No recuerdo qué me dijo acerca de las presentaciones, creo que se hizo el loco. Pero aproveché para preguntarle cuándo iban a preparar la segunda parte de "El Jardín de Eierel", y me dijo que en otoño. Le parecía buena idea porque decía que la historia era lo bastante sólida como para que la gente comprase esa segunda parte. Cómo no, mis familiares y amigos la comprarían. Pero no en otoño, ni nunca. Esperé y el invierno estaba a punto de llegar cuando volví a enviarle otro correo, ya enfadado. El editor me dijo que habían estado muy ocupados con su expansión a Latinoamérica (mientras tanto, colgaba en la página de la editorial fotos en presentaciones de otros autores) y que las aduanas complicaban el tema de los libros en Canarias. No le costaba expandirse a Latinoamérica, pero sí a Canarias. Por ese entonces ya estaba hasta las narices y le propuse una rescisión de contrato. Él respondió que yo me lo podía pensar, que pronto se pondría con mi libro, pero... haciendo recuento de todo lo que había ocurrido hasta entonces, no me eché atrás. Firmamos la rescisión y así, tras poco más de un año, terminó mi desventura editorial. 

   Huelga decir que esperé a haber cobrado antes de rescindir el contrato, jajaja. El resto es historia. 

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