Algo más de un día después de ser abatido por
aquella extraña y sombría udhaulu, Helvet despertó, somnoliento. Abrió los ojos
de golpe al vislumbrar el último recuerdo de la pelea y se levantó de un salto y
gritando. Lainúa lo observó, asustada, y se alejó un poco; Helvet estaba fuera
de sí, enloquecido en un furioso arrebato que no le permitía más que escupir
insultos y sangrientas amenazas, aporreando el suelo y revolviéndose con
fiereza. Abría mucho la boca al igual que los ojos, cuyas pupilas contraídas
delataban que aún no se hallaba consciente del todo, que algo le había herido
muy adentro y dejaría una cicatriz que jamás conseguiría olvidar. Tras unos
segundos más en aquel estado se calmó, arrodillándose y poniendo la cabeza en
el suelo, con las manos aferrando su cabello y los codos clavados en la dura
piedra. De repente se giró a un lado y miró a la náelmar, manteniendo parte de
aquella ira en sus ojos.
—¿Qué haces aquí? ¿Qué ha pasado? —preguntó rápido
mientras respiraba con fuerza.
—Te encontré cerca, inconsciente —respondió
Lainúa, con temor—. Supongo… que querías dejarme atrás, pero me asusté mucho
cuando no te vi aquí y salí a buscarte. Siento ser una molestia…
—¿Y qué me has hecho, me has tocado? —dijo,
molesto.
—Solo para traerte hasta aquí.
—¿Te burlas de mí? Las heridas que recibí
apenas duelen ya, y se supone que aquella estúpida me dio por muerto. ¡Has
hecho algo! —gritó.
La náelmar
no respondió y Helvet tomó aquello como si le estuviera dando la razón, por lo
que se puso en pie de un salto y le propinó una violenta patada a Lainúa en la
cara, que la arrojó al suelo y le hizo sangrar.
—¡¿Cómo te has atrevido a poner tus manos sobre
mí, basura?! ¡Quería dejarte aquí tirada porque me tienes harto! Y luego
aparece esa estúpida y tú me buscas y me arrastras de vuelta.
Helvet
volvió a sentirse tan furioso que golpeó la pared de la cueva con todas sus
fuerzas y gritó con rabia en la voz una y otra vez; se sentía frustrado por la
derrota de la noche pasada y por haberse vuelto a encontrar con Lainúa.
Mientras,
la muchacha yacía en el suelo con la boca llena de sangre y muy dolida en su
interior, pues había tenido la ilusión de que tras su esfuerzo por salvarle las
cosas podrían ir mejor. El golpe recibido la hacía sentir más herida por dentro
que por fuera, que en su rostro, el que cubría con un brazo al tiempo que
cerraba los ojos desconsolada. Solo oyó cómo el udhaulu agarraba las bolsas, de
las que Lainúa había tomado poca cosa en el tiempo que cuidó de Helvet, y se
alejaba murmurando todo tipo de insultos y maldiciones.
Sin embargo, el udhaulu no pudo alejarse
demasiado, aún estaba débil y las piernas le flaquearon, arrastrándolo a hincar
una rodilla en el suelo. Lanzó más improperios, frustrado, pero no pudo hacer
más que resignarse a quedarse sentado, pues no se encontraba del todo bien.
La
rabia de Helvet fue mermando como una hoguera que deja de disponer de hojas
secas que consumir. A pesar de que su interior se encontraba bajo una violenta
tormenta de pensamientos, trataba de ponerles orden pues su cuerpo no podía
responder aún como él deseaba.
No
recordaba haberse sentido tan furioso antes, pues jamás había conocido la derrota,
y nunca se había imaginado que esta pudiera llegarle de manos de una elvannai tan
ridícula; mas se negó a admitirlo, y se repitió a sí mismo que la próxima vez
estaría más atento y sería más cruel; no daría oportunidades. A este malestar se
sumaba el desagrado de haber regresado junto a la náelmar y la frustración que
sentía al pensar que además había sido salvado por ella, pues habría muerto si
se hubiera quedado solo e inconsciente en el desierto. No sentía agradecimiento
alguno, pero sí una diminuta sensación que le incomodaba y que nunca antes
había notado, y que lo alteraba aún más si se paraba a pensar en ella.
No
quiso pues continuar pensando en el tema y se limitó a dejar pasar el tiempo. Se
movió hacia la parte más profunda de la pequeña cueva, cerca de Lainúa, que ya
se había sentado aunque permanecía con la cabeza agachada y triste. Pocos
minutos después la náelmar se levantó, y despacio, se dirigió a la salida.
—Me voy, no quiero hacer que te sientas
incómodo más tiempo… —dijo, sin darse la vuelta.
—Haz lo que te venga en gana —le dijo Helvet.
La náelmar dio unos cortos pasos, luego se detuvo a pensar en lo que había
escuchado y se atrevió a decir:
—¿Incluso quedarme?
—He dicho que hagas lo que te venga en gana
—dijo solamente el udhaulu, evitando mirarla.
Entonces
Lainúa no dudó mucho y regresó al lugar donde había estado sentada, con una
pequeña sonrisa en sus enrojecidos labios.
No
hablaron durante el resto del día, y Helvet ni siquiera la miró; pasaron la
noche allí y despertaron al día siguiente temprano. Lo primero que hizo el udhaulu
fue comprobar si ya podía sostenerse en pie, y viendo que sus piernas le
respondían bien no quiso perder ni un solo instante para ponerse en marcha de
nuevo. El principal objetivo de Helvet era llegar al lugar al que se había
dirigido antes de ser derrotado.
Se
quedó unos segundos pensando y entonces se preguntó si aún conservaría aquello
entre las cosas, pues era algo que todo udhaulu anhelaba y no sería extraño si
quien le derrotó se lo hubiera llevado. Se lanzó junto a los fardos y buscó en
ellos con rapidez, y para su alivio, encontró el objeto tal y como lo había
dejado. No entendía por qué la otra elvannai no se lo había llevado; en realidad,
ni siquiera le había arrebatado la comida ni la ropa, cuando lo normal era saquear
a los caídos; Helvet sentía cada vez más odio hacia la extraña de aquella
noche. Lainúa se acercó al ver la reacción desesperada del udhaulu, y le
preguntó:
—¿Qué es eso?
—Algo que no te interesa, estúpida. —Guardó
el objeto con celo y se puso en pie—. He de llegar a cierto lugar, me marcho
ya.
La náelmar
asintió, tomó el fardo que el otro había dejado en el suelo, y lo siguió. Helvet
se dirigió hacia el noroeste como si supiera que tenía que ir por ahí. Su paso se
hizo rápido enseguida, y nadie habría dicho que había estado inconsciente
durante el día anterior. La derrota sufrida lo dejaría herido en su orgullo hasta
que lograra vengarse y liberar todo su odio. Pero también era consciente de que
era inútil centrarse en eso, aunque no dudaba que descargaría su ira con la
primera criatura viva que hallase en el camino.
Y no fue hasta pasado el mediodía cuando encontraron
alguien que también caminaba por el desierto. Eran dos udhaulu que cruzaron el
rumbo con los viajeros y que, como de costumbre, se detuvieron al verlos y los
observaron, preparándose.
Lainúa
se dio cuenta de que Helvet reaccionaba de otra manera, y se quedó quieta,
observando sin retroceder. El udhaulu tiró su bolsa al suelo y se lanzó como
una bestia hacia las otras dos, gritando con fiereza. Las elvannai no se
echaron atrás aunque en sus rostros apareció el desconcierto ante la fiereza de
Helvet. Este no tardó en situarse frente a las enemigas, e ignorando el intento
que hicieron de atacarle en conjunto, mandó a una de ellas a volar con un
fuerte estallido de fuego y aferró a la otra clavándole los dedos en los
antebrazos. La miró por un segundo con los ojos muy abiertos por la ira, y
recordó a la udhaulu de negros cabellos que lo había doblegado. Un grito salió
de él como el bramido de un volcán al tiempo que golpeaba a su rival en el
estómago con un rodillazo. Luego le agarró su cabeza sin miramientos y la
arrojó al suelo, lanzándose detrás. La aprisionó y comenzó a golpearle la cara,
una y otra vez con los puños cerrados y sin darle paso al descanso pese a que
la sangre y el dolor poblaban cada vez más del cuerpo de aquella elvannai, y
los nudillos de Helvet. La «enemiga»
chillaba con cada impacto, pero eso no le importaba a su agresor porque estaba
centrado en la imagen de su propio tormento, que renovaba su ira a cada segundo
y le impedía sentirse satisfecho, pues no era a aquella udhaulu a quien en
verdad estaba castigando.
La náelmar
contemplaba la violenta escena con espanto, y se dio cuenta al poco rato de que
la víctima ya no gritaba; pero Helvet no cesaba en su agresión, gritando
insultos furiosos. Lainúa se acercó despacio y sintiéndose preocupada, y pudo
ver de cerca el sangriento destrozo que había desfigurado a la udhaulu desconocida,
quien todavía seguía recibiendo puñetazos. La visión la horrorizó y apartó con
rapidez la mirada, mas el leve sonido de los impactos no calló y así no fue
capaz de esconder la horrible imagen en las sombras de su pensamiento; cada vez
se sentía peor.
—Por favor, detente —murmuró Lainúa—. Ya es
suficiente… —dijo, un poco más alto. —Helvet se detuvo, con uno de los brazos
en alto; giró la cabeza, enfurecido.
—¿Acaso quieres que ahora te destroce a ti? ¡¿Es
eso lo que quieres?!
—¡No! Pero no es esta de quien tienes que
vengarte —dijo, tratando de hacerle entrar en razón—. Ya solo golpeas un
cadáver.
El udhaulu
pareció calmarse un poco y entonces miró la cara destruida que yacía bajo él, luego
observó sus ensangrentadas manos y se levantó, limpiándose en la ropa de la
caída.
—Tienes razón, es mejor cuando sufren y
gritan —dijo, calmado tras mirar por un segundo a Lainúa, de reojo.
La náelmar
se sintió aliviada, pero no se percató de aquella mirada pues tenía los ojos puestos
en la arena. Levantó la cabeza y vio cómo el udhaulu buscaba en silencio entre
las cosas de las caídas, por lo que se apresuró a llevar sus fardos para
ayudarle. Pudieron encontrar un poco de carne y agua, que era lo que más necesitaban.
Nada de valor, ni siquiera ropas, así que se prepararon para continuar el
viaje, aunque antes Helvet remató con fuego a la que había herido primero. Lo
hizo de un solo golpe y la náelmar no se atrevió a replicar, se limitó a apartar
la mirada. Luego reanudó la marcha.
Lainúa
iba detrás, como de costumbre, pero sentía algo extraño en la figura del udhaulu,
que caminaba más despacio y mantenía el rostro más alzado que de costumbre.
—¿Te encuentras mal por lo que has hecho? —preguntó
la náelmar de pronto.
—No, soy un udhaulu. No me remuerde matar, y
menos a escorias —contestó, serio.
—Entonces, ¿por qué estás así?
—Cierra la boca ya, no sabes qué estupidez
estás preguntando.
Lainúa
se encogió, creía que iba a ser insultada o amenazada, mas no fue así. Pensó entonces
que quizá sí que se había acercado un poco más al udhaulu, a pesar de todo. Con
aquella idea tan buena continuó la marcha por el desierto junto a Helvet, y
pronto la oscuridad se les echó encima y tuvieron que resguardarse una vez más.
En la
jornada siguiente no tardaron en hallar otra dificultad pues al mediodía el
viento empezó a soplar de manera extraña. El udhualu ni se inmutó, pero Lainúa comenzó
a inquietarse y no pudo evitar hablarle.
—El viento… es más fuerte. ¿No es extraño?
—No en Uaru Jrosk, cuando se forma una
tormenta de arena —dijo Helvet.
—¿Y no es peligroso caminar con una de esas
tormentas? —dijo, preocupada.
—No para mí.
Aquella
respuesta no tranquilizó a Lainúa. Había pensado que en caso de una tormenta
esperarían a que pasara dentro de alguna cueva, pero ahora tenía claro que Helvet
no estaba dispuesto a detenerse ni por algo así. No quiso ni intentar
persuadirlo porque sabía que obtendría un no,
así que se limitó a rogarle a las Atalven que aquello no fuera a más.
Sin
embargo, su ruego no fue escuchado por nadie más que por el viento, que sopló
cada vez más fuerte hasta convertir su voz en aullidos, que levantaban la arena
como si se tratara de una densa nube de color gris que lo engullía todo. La
tormenta no cesó durante horas, pero ellos tampoco se detuvieron, a pesar de
que la náelmar se sentía más agobiada y acalorada que nunca, pues a cada
instante era golpeada por la tierra, que la obligaba a cerrar los ojos; solo
deseaba guarecerse bajo un tranquilo refugio y poder respirar. Helvet también
iba a ciegas, aunque a diferencia de Lainúa, él permanecía inalterable al igual
que sus propios deseos.
La
tormenta continuó hasta que tras varias horas sintieron que la fuerza del
viento se debilitaba, de manera casi imperceptible. Poco a poco amainó al igual
que la arena en el aire, hasta que se redujo a la típica brisa que mantenía algo
de polvo suspendido. Los dos se descubrieron el rostro y pudieron observar que
ya atardecía. Helvet miró a un lado y a otro como si buscara algo, y luego fijó
la vista en una dirección hacia la que encaminó sus pasos.
—¿A dónde vamos? —le preguntó la náelmar.
—Llegaremos mañana, está a punto de
anochecer —dijo.
Y no añadió
ni una palabra más durante el poco tiempo que siguieron andando. Esta vez no
hallaron cueva alguna y se tuvieron que conformar con un hueco en la fachada de
un gran peñasco, aunque el sitio les sirvió para detenerse en la noche y
esperar así a que amaneciera.
Tras
la primera luz de Eierel anduvieron sobre la cálida arena durante varias horas secas
hasta que por fin en lontananza comenzó a distinguirse un paisaje diferente. Tuvieron
que acercarse más para poder observarlo bien, y Helvet reaccionó como si
hubiera encontrado algo que no estaba en sus planes. A sus pies, la arena
parecía tornarse húmeda y había rocas marrones que asomaban del suelo, y frente
a ellos veían crecer árboles extraños y arbustos. A Lainúa se le iluminó el
rostro pues no esperaba hallar algo así en medio de tan árido paraje, y se
atrevió a adelantarse al udhaulu, que fruncía el ceño tratando de averiguar dónde
habían llegado.
—¿Es este el lugar al que querías llegar?
¡Es maravilloso! —dijo la náelmar.
Helvet
no dijo ni una palabra, aquel no era el sitio que buscaba, aunque no estaba
dispuesto a admitir que se había desviado. De todas formas pensó que podría encontrar
algo útil allí, pues sabía que en contados lugares de Uaru Jrosk había aguas
subterráneas que conseguían salir al exterior, y en torno a las charcas o
lagunas que formaban crecía vegetación. Muchos animales y también otros udhaulu
solían reunirse en estos lugares.
Lainúa
ya casi podía tocar las hojas más cercanas de los árboles que había visto, de
los cuales desconocía el nombre, aunque no por ello perdía la sonrisa. El suelo
era ahora de arena mojada, y varios brotes de hierba se alzaban a pocos
centímetros del terreno en los bordes de la barrera vegetal. A los brotes los
seguían arbustos redondeados cuyas hojas poseían un verde oscuro bastante llamativo.
Más atrás crecían árboles cuyos troncos eran como brazos entrelazados, que se
unían a lo largo de varios metros de altura. Sus cortezas eran de color marrón
claro excepto en el punto más alto, donde se tornaban verdosas al igual que los
largos tallos que crecían allí. Estos eran la base de múltiples hojas alargadas,
que terminaban en una punta redondeada y se extendían con una gran longitud.
Aquella
era la base de la vegetación del oasis que encontraron los elvannai, al menos
de su zona más exterior. Aquellos árboles, además, proporcionaban una especie
de frutos que la náelmar pudo observar, preguntándose a qué podrían saber. Estaba
ya un poco cansada de comer solo carne cruda. El udhaulu alcanzó a Lainúa, y
así los dos cruzaron casi al mismo tiempo la primera línea de arbustos, y se
adentraron en el oasis, pudiendo contemplar el esperado cúmulo de agua: un
pequeño lago. La náelmar tuvo la intención de lanzarse hacia la orilla de la
laguna, pero sintió que un brazo la aferraba, impidiéndole continuar.
—No te vuelvas más estúpida de lo que ya
eres —le dijo Helvet, sin mirarla.
—¿Por qué? —preguntó la náelmar.
—Ni siquiera debería molestarme, sería
preferible dejar que descubrieras tú misma si hay alguien esperando a que bajes
la guardia cerca del agua.
—Lo siento —dijo Lainúa mientras agachaba la
cabeza, comprendiendo que habría podido cometer un error mortal de haber
seguido.
Retrocedió y se colocó detrás de Helvet y aunque le pareció raro, por
primera vez se sintió protegida. Pese a que el udhaulu la había insultado como
de costumbre, también la había alejado del peligro sin llegar a enfadarse, lo
que le producía una agradable sensación en su interior. Quiso acercarse más a él,
mas no lo intentó por no abusar de la situación, y se limitó a seguirlo
mientras observaba con cautela el entorno.
Atravesaron
varios arbustos sin avistar nada extraño, y así llegaron hasta una estrecha
línea de tierra que separaba las plantas del agua. Allí la náelmar miró al otro
como si le estuviera preguntando si había algún peligro; Helvet respondió
empujándola hacia el agua con cara de desprecio, sin apartar la mirada de su
alrededor. Lainúa se dejó caer sin problemas, y bebió con alegría de aquella
agua tan clara y fresca que le parecía un regalo de las Atalven. Cuando se hubo
saciado se sentó, pero el udhaulu la obligó a levantarse.
—Haz algo útil y vigila —le dijo.
—De acuerdo —dijo ella, irguiéndose con
prisa.
Lainúa
intentó no perder de vista ningún punto de aquel oasis mientras él se
arrodillaba para tomar agua. Helvet aprovechó además para llenar dos pequeños
recipientes que llevaba, hasta que se vio interrumpido por un sonido que le
alertó. Levantó la cabeza de inmediato y se puso de pie lentamente. Comenzó a
caminar hacia su izquierda mientras la náelmar no sabía qué estaba pasando, aunque
lo siguió; no se oía nada más, pero Helvet recordaba muy bien de dónde había
venido aquel ruido. Tras unos tensos segundos dio con algo que se ocultaba
entre unos matojos, más bien alguien, pues un udhaulu yacía malherido en el
suelo. Helvet se sintió decepcionado y preparó sus manos para dar muerte al
desconocido; entonces su acompañante intervino de pronto.
—Espera, ¿por qué vas a matarlo? —dijo.
—¿No es obvio? Es basura —respondió, molesto.
—Pero parece muy lastimado…
—¿Y qué? Deja de interponerte —dijo,
empujándola.
—Así no merece la pena… ¿No sería mejor si
pudiera luchar contigo estando bien? —dijo, intentando convencer a Helvet.
—No, el resultado sería el mismo —dijo, impaciente
por asesinar al desconocido.
—Pero podría ser útil, de alguna manera. Ya
es como si estuviera muerto, ¿no? —dijo—. Entonces, ¿por qué no aprovecharlo?
Helvet
dudó unos instantes como si pensara posibilidades, mientras miraba al que
permanecía en el suelo. De pronto se agachó con presteza a su lado y lo agarró
por los cabellos.
—Aún vive, dudo que por mucho tiempo —dijo con
frialdad. Luego lo arrojó cerca del borde del agua.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó la náelmar,
esperanzada aunque preocupada por el udhaulu herido.
—Haz lo que te venga en gana —fue la única
respuesta. Después se alejó, dándole la espalda.
Lainúa
no esperaba aquella reacción, pero no se demoró en correr hacia el udhaulu herido. Mientras, Helvet no sabía qué
pensar, no sabía por qué había cedido. Intentó imaginar de qué maneras podría
aprovecharse de aquel desconocido, lo que le resultaba fuera de lugar, pues él
estaba acostumbrado a matar sin más. Se perturbó por un momento tan efímero que
le pareció irreal, y enseguida se le ocurrió que al menos podría preguntarle
por el lugar al que en verdad quería ir. Escogió esa conclusión y entonces se
dedicó a investigar el oasis, prestando atención a los posibles animales e
intentando recoger algunos frutos de los árboles.
Tras
un rato decidió regresar al lugar donde había arrojado al otro udhaulu, sintiéndose
un poco más calmado, pues ya tenía claro qué hacer. Se sobresaltó al encontrar al
elvannai sentado con Lainúa arrodillada a su lado, y no perdió más tiempo en intentar
averiguar lo que quería, así que aceleró el paso. Cuando estuvo próximo a ellos
habló sin soltar las bolsas que llevaba.
—¿Dhum’dar
arsktu’u ard Ludh’o Umlum? —dijo solo para el udhaulu.
—Tuarjrum
zmumkus otarfrusk zmarsku, tuumdhusk gumrusk, ¿zmum tubro’u dharko’tuardum? —dijo
el otro, hablando despacio. Helvet se enfureció y tiró las cosas al suelo para
acercarse a él y agarrarlo por el cuello.
—Responde, ahora —dijo, amenazándolo sin
miramientos y apretándole la garganta.
—Por favor, espera —dijo Lainúa,
interrumpiéndole—. No tienes por qué hacer eso…
—¿Y qué tal si te lo hago a ti? —dijo, mirándola
con frialdad.
—De a… De… acuer… do… —dijo como pudo el
otro udhaulu—. Te lo…diré… —Fue soltado con desgana por parte de Helvet, que
esperó la respuesta—. Ludh’o Umlun… no está muy lejos… Primero al norte unos
dos días, y luego hacia el noreste unos tres más, a paso normal.
—Bien —dijo Helvet.
—Al final ha servido… —dijo aliviada la náelmar,
para luego horrorizarse al ver cómo el udhaulu herido recibía un fuerte
puñetazo de Helvet—. ¡No, espera, no lo mates! —exclamó, atreviéndose a aferrar
del brazo al udhaulu.
—¡No me toques! —gritó él, tirándola al
suelo con violencia—. ¡Esta basura ya no le es útil a nadie!
—Pero… ¡No merece eso! —dijo Lainúa
desesperada, desde el suelo—. No quiero ver cómo siguen muriendo por nada…
—¡Últimamente estás hablando más de la
cuenta! —dijo Helvet, enfureciéndose. Apretó con fuerza los puños sin dejar de
mirar al otro udhaulu. Este parecía aceptar la suerte de tener que morir a
manos de otro, después de todo, era lo más normal en la Tierra Baja.
—Si has de matarme, hazlo —dijo, sin ningún
rastro de súplica en su voz.
Lainúa
no dejaba de mirar a su compañero de viaje con los ojos llorosos, expectante, rogándole
con la mirada que se detuviera. Cada vez que veía morir a alguien por sus manos,
sentía algo muy desagradable que la dañaba por dentro, que le hacía
entristecer, y sobre todo percibía que Helvet no se sentía del todo bien
asesinando; por eso quería evitar como fuera una muerte más, por los dos. Pero en
aquella ocasión no pudo hacer nada, y el udhaulu no tardó en estallar con un grito
de furia al que siguió una llamarada que destelló mortal y rugió con fuerza.
La náelmar
había pegado la frente al suelo para no volver a ver una muerte, se sentía triste
y abatida ante la imposibilidad de persuadir a Helvet, decepcionada de no ser
capaz aún de provocar un cambio en él. Se levantó despacio y giró hacia otro
lado para no ver el cadáver, pero así pudo observar que lo que en verdad había
ardido eran plantas y árboles que ahora eran cenizas a la derecha de los
elvannai. Comprendió que al final Helvet se había dado la vuelta, desviando su
ataque; aunque ya se había alejado un poco de los otros dos. El udhaulu desconocido
yacía en el suelo, asustado a la vez que asombrado. Lainúa se acercó a él.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí… Me sorprende que no me haya matado… Gracias
—dijo, mirando a la náelmar.
—¿Nos ayudarás hasta llegar donde él quiere?
—Claro… no me gustaría volver a enfadarlo —dijo
con temor.
Lainúa
le sonrió e intentó ayudarle a sentarse, le agradaba encontrar un udhaulu que
no fuera tan malintencionado como los demás, aunque quizá solo fuera porque
estaba herido. Tenía unos peculiares ojos de iris amarillo oscuro que la náelmar
no había visto nunca, en un rostro algo redondeado que estaba cubierto por una melena
de color castaño. Sus cuernos crecían similares a los de Helvet aunque eran más
cortos, desde los laterales de su frente curvándose hacia el interior.
La náelmar
se puso de pie y lo ayudó a levantarse, tendiéndole una mano; así pudo
comprobar que tenía más o menos su misma estatura.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Me llamo Su’hon… ¿Cuál es tu nombre?
—Soy Lainúa —le dijo, sonriendo.
Estaba
contenta de que le respondiera a aquella pregunta que Helvet todavía no le
había contestado, a pesar de las veces que se la había formulado. Sin embargo,
la incertidumbre que tuvo en aquella ocasión iba ahora más allá de querer
conocer su nombre, porque no tenía ni idea de cómo reaccionaría el udhaulu ante
la propuesta de viajar con alguien más. No sabía siquiera cómo la había
soportado a ella hasta el momento, por lo que sentía escalofríos al imaginar su
respuesta ante otro acompañante, a pesar de estar decidida a que Su’hon fuera
con ellos.
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