Pasaron unos minutos que a Zerel se le
hicieron demasiado largos hasta que no pudo contenerse y trató de ponerse el
uniforme de batalla, como si al llevarlo puesto la hora que esperaba fuera a
llegar antes. Miró a un lado y a otro con la ropa en las manos, pues no quería
mostrarse delante de su compañera por nada del mundo, así que le habló.
—Esto… —dijo, intentando recordar el nombre—. Veris. ¿Podrías mirar
hacia la pared? Me gustaría probarme el uniforme ya.
—Oh, no hará falta —dijo—. Allí hay una puerta que da al aseo, ¿no la
habías visto? —añadió, señalando un lugar en la pared, cerca del pie de cama de
Zerel.
—¿De verdad? —dijo él mientras se inclinaba hacia delante para mirar
allí—. ¡Ah! Es cierto, no la había visto —rió avergonzado.
—¿No? Pero si hasta fue mencionado por la
instructora cuando habló de las habitaciones.
—Es que… —rió avergonzado de nuevo—. No escuché
ni una palabra de las que dijo. Bueno, voy a ver.
Veris rió con su compañero de habitación pero
no se atrevió a preguntarle nada más. Zerel se dirigió hacia esa puerta y la
abrió; tal como le habían dicho, era un cuarto de aseo, aunque algo estrecho a
pesar de todo. Sin embargo tenía bien dispuestas una tina, una letrina, varios
enseres para la higiene y una especie de boca de fuente con una manivela para
hacer que saliera el agua. Cuando tuvo puestas las nuevas ropas se dio cuenta
de que algo le incomodaba, y era que su espalda estaba al descubierto debido a
la adaptación de los uniformes para los erïlnet.
Pensó con rapidez en la solución: se quitó aquella camisa, tomó la que había
traído consigo y se la puso, luego colocó la del uniforme encima de modo que su
espalda quedaba cubierta (aunque se notaba bastante que llevaba dos telas).
Salió de aquella habitación y sorprendió a Veris cambiándose de espaldas, ella
se sobresaltó y terminó de ponerse la prenda con apuro; pero Zerel no pudo
evitar mirarla de arriba a abajo.
—Disculpa, no quería sobresaltarte —dijo.
—No importa… debí esperar y entrar después de
ti —dijo Veris, avergonzada.
—No pasa nada, no me asusté —rió Zerel—. Veo
pues que estás lista, ¿tienes ganas de luchar?
—Bueno… —Veris se dio la vuelta de repente,
apretando los puños con una sonrisa— ¡La verdad es que tengo muchas!
—¿Eh?
¿Quién diría que alguien con esa cara tendría ganas de pelea? —dijo, burlón, en
referencia al rostro aniñado de su compañera.
—¿Cómo te atreves? —exclamó, molesta—. Has de
saber que soy muy hábil controlando el agua; aunque no sepa hacer otra cosa…
—Peculiar forma de combatir —dijo Zerel,
riendo—. Pero no me burlaré más de ti, esperaré ver cómo lo haces.
—Hm.
Lo acabarás viendo y sintiendo —dijo, dándole la espalda.
—No te enfades —dijo él, dándole una brusca
palmada allí, como solía hacer con los elvannai
de confianza—. ¿Vamos ya hacia el campo de entrenamiento? Así podremos ver a
quienes vayan llegando. —En realidad quería ver a Ivendi desde que apareciera
por allí.
—Qué poco delicado eres —dijo Veris, molesta
otra vez—. Está bien, vamos; si no hay nadie te demostraré lo que puedo hacer.
Zerel pasó a su lado riendo de nuevo y Veris
le vio la espalda, dándose cuenta de las dos camisas que llevaba. No pudo
evitarlo y se echó a reír.
—¡¿De
qué te ríes tú?! —preguntó Zerel.
—¿No tienes calor así? —le dijo ella, sin
dejar de reír.
—Me gusta crear nuevos hábitos en las
vestimentas —dijo en broma, y continuó andando; pero por el camino equivocado.
Veris
se apresuró a alcanzarle para que no continuara por donde no era y así le encaminó
al rumbo correcto, que llevaba hacia el jardín interior de Véreldhor. Cuando
llegaron allí, entraron al campo de entrenamiento por el arco sur. Vieron que
la mitad del terreno estaba ocupado por un grupo de muchachos con un uniforme similar
al que vestían ellos, aunque las camisas eran blancas en lugar de verde claro.
Observaron que había dos luchando: un náelmar
y un udhaulu a quienes los demás observaban
con atención. El primero hizo temblar el suelo y decenas de proyectiles
salieron disparados hacia su rival, este los detuvo con precisos estallidos de
fuego que estuvieron a punto de alcanzar al otro, quien los apagó elevando un
muro de agua que después lanzó contra su oponente. El elvannai detuvo el torrente envolviéndolo con un manto de oscuridad
que lo absorbió por completo y luego se apagó. Dejaron la energía aparte y
corrieron el uno contra el otro, intercambiando toda clase de golpes con las
manos y las piernas cuando se encontraron. Ejecutaron movimientos elegantes con
bloqueos y evasiones, mas ninguno llegó a golpear demasiado fuerte al otro
aunque su velocidad y fuerza no disminuyeron en ningún instante durante la
pelea.
El duelo terminó a la voz del instructor que
lo presenciaba de cerca, y ambos contendientes se detuvieron y se saludaron,
antes de regresar al grupo. Veris y Zerel no habían apartado la mirada ni un solo
momento, estaban atónitos con el despliegue de energías y habilidad que habían
contemplado. Una voz seria que habló desde sus espaldas les despertó del
ensueño en el que habían caído.
—Son nuestros discípulos más experimentados,
están preparándose para la prueba que tendrán mañana, que además será la última
que harán en la fortaleza.
—¿Qué? ¿Quieres decir que mañana podrán salir
de aquí si logran superar esa prueba? Qué suertudos
—dijo Zerel, sin darse la vuelta a ver quién era. Recibió un codazo de Veris,
que sí había mirado—. ¡Ah! Disculpe… Instructora… hm… ¡Hrum! —dijo, avergonzado
tras girarse—. ¿Entonces esos elvannai
han pasado cuatro años entrenando en Véreldhor?
—Así es —contestó la instructora, molesta—.
Sin embargo aún pueden fallar esa prueba, lo que les llevaría a permanecer un
año más aquí. Oh, pero lo que ustedes han visto no es todo lo que pueden hacer,
se están reservando ya que dentro de unos minutos les ayudaran con su prueba.
—¿Tendremos que luchar contra ellos? —preguntó
Veris esta vez, algo temerosa.
—Así
es. A ustedes les servirá para ver el nivel que podrán alcanzar dentro de Véreldhor,
y a nosotros para comprobar sus aptitudes.
Veris buscó la mirada de Zerel esperando ver
algo de preocupación como la que ella tenía. Sin embargo, encontró sus ojos
clavados en el grupo de muchachos, brillando con lo que parecían ser ansias de
luchar. A él no le importaba quién fuera su rival, parecía que incluso
disfrutaba de la oportunidad de enfrentarse a elvannai mucho más fuertes; mas a Veris no le hacía tanta gracia.
Sin embargo, por el momento no podían hacer
más que esperar; al cabo de unos minutos comenzaron a llegar sus compañeros de
primer grado. Cuando Zerel oyó las voces se giró de inmediato ansioso por ver
llegar a Ivendi, que entró al campo de entrenamiento poco después. El corazón del
náelmar comenzó a dar saltos en el
interior de su pecho mientras una sonrisa tonta se dibujaba en su rostro. Una
vez más comenzó a sentir todo aquello que notó la primera vez que la vio,
aunque sus sentimientos se volvieron frustración cuando advirtió que venía
hablando con el compañero de habitación que le había tocado. Pensaba que era
normal que conversaran, pues la consideraba demasiado hermosa como para que
alguien no quisiera acercarse a ella; aun así, ser testigo de la escena le
hacía sentir rabia. Mientras fruncía el ceño y apretaba los puños, tomó la
determinación de esforzarse al máximo en su prueba para así destacar y que al
menos ella le mirara.
A todo esto atendía Veris, que seguía a su
lado, aunque para Zerel era como si no existiera nadie más que Ivendi. La joven
se percató enseguida del interés que mostraba su compañero, así de visible era;
pero en aquel momento no hizo más que esconder una risa ligera y llevar los
ojos hacia otro lugar.
Cuando todos los iniciados estuvieron reunidos,
la instructora Hrum se acercó al centro del campo y llamó con un ademán al elvannai que dirigía a los muchachos de
cuarto grado. Este se le acercó seguido de sus jóvenes, intercambiaron algunas
palabras y luego Hrum se volvió a su grupo, y habló.
—Este es el instructor Narel y ellos son los
jóvenes del grupo de cuarto grado, a quienes se enfrentarán en combates donde deberán
demostrar lo que saben hacer. Lucharán uno contra uno siguiendo el orden de la
lista de nombres. No deben preocuparse de nada más que de hacer cuanto puedan, pues
lo mismo harán sus rivales; y no teman ser derrotados ya que no supondrá nada
negativo para su aprendizaje, es más, les ayudará. Ahora aléjense un poco para
que den comienzo las batallas.
Hrum y Narel hicieron que sus grupos
retrocedieran varios pasos, luego la instructora de los de primer grado tomó el
papel donde tenía los nombres de los jóvenes y llamó a la primera, que se
colocó a su lado. Hrum le señaló el centro del campo y se movió hasta allí.
Narel, que era de raza náelmar, hizo
lo mismo con su grupo y mandó a uno de ellos al mismo lugar. Tras unas palabras
de los superiores dio comienzo el combate. Zerel vio cómo su compañera caía
derrotada en muy poco tiempo. Se dio cuenta de que la pobre era presa de los
nervios y que por ello apenas se pudo mover. Él no permitiría que le sucediera
lo mismo.
Así fueron transcurriendo algunos duelos
donde todos los principiantes perdían, oponiendo más o menos resistencia en sus
encuentros. Llegó el turno de Ivendi, y cuando la instructora dijo su nombre Zerel
se inquietó un poco. Se preguntaba si sabría luchar y al mismo tiempo temía que
la dañaran, pues algunos de sus compañeros habían recibido heridas que incluso
les habían hecho sangrar. Se puso nervioso al ver que la rival era otra erïlnet, y esperó con expectación el
comienzo de la batalla.
A la señal de los instructores, ambos
desplegaron sus alas al mismo tiempo que se elevaban en el aire. Ivendi
mantenía la distancia mientras vigilaba a su rival, sin atreverse a hacer ningún
movimiento. Observó que unía sus manos y que una luz empezaba a relucir entre
ellas; Ivendi sabía lo que su adversaria iba a hacer, así que preparó un aura
de luz para tratar de soportar el potente haz que se le vendría encima. Sin
embargo, no pudo aguantar bien el ataque y se tambaleó. Su oponente aprovechó
tal fallo para acercarse con gran rapidez, dando un golpe al aire que provocó
un pequeño pero fuerte viento que desequilibró a Ivendi. Ella trató de
recuperar el control provocando una ráfaga hacia el lado al que caía, pero justo
cuando logró estabilidad la otra erïlnet
ya se le había echado encima, apresándola de tal manera que no pudo moverse
más. La mayor de las elvannai
descendió con cuidado, con ella atrapada, y la dejó caer con suavidad al suelo;
Ivendi había perdido.
Zerel
no perdió detalle de lo sucedido y se alivió de la gentileza de aquella raza.
Sin embargo, envidió el momento en que la erïlnet
de cuarto grado apresó a Ivendi, pues no se imaginaba qué habría hecho él en su
lugar si hubiera tenido la oportunidad de tenerla tan cerca, con tantos deseos
de tocarla que ya bullían en su pensamiento.
Las batallas continuaron mientras el náelmar comenzaba a perderse en
fantasías fruto de aquella idea, y no salió de sus ensoñaciones hasta que oyó
un nombre que le resultó familiar. Alzó la cabeza cuando escuchó que Veris era
llamada y vio cómo su compañera se acercaba al campo de batalla al mismo tiempo
que lo hacía un udhaulu; no quería
perderse aquel duelo por ver si encontraba algo con lo que hacerle burla
después.
Sin embargo, no fue así. La joven náelmar hizo una sorprendente demostración
del control que había dicho tener sobre el agua y prolongó bastante la pelea,
pese a que al final también fue derrotada. Además sufrió una quemadura en el
pie derecho que la forzó a salir cojeando del campo de batalla, acompañada por
una de las jóvenes de cuarto grado que se había ofrecido a curarla mientras la
instructora Hrum regresaba con los demás, pues también se había acercado a
comprobar el estado de Veris. Después de que la udhaulu se hubiera situado otra vez frente a los de primer grado, Zerel
dio un paso adelante sin esperar a que su nombre fuera mencionado, pues sabía
que era el único que faltaba por combatir. Cuando la instructora le llamó fue
hasta el centro del campo, tenso a causa del fervor y por demostrarle a Ivendi
lo que sabía hacer (aunque ella ignorara esto).
Desde el otro bando se adelantó un joven de
su misma raza, con una expresión arrogante en el rostro. Aquel náelmar le miró soltando una risa y le
dijo:
—Veamos si consigues tocarme siquiera, pequeño.
Zerel no le apartó la mirada ni un solo momento
y le respondió, como si estuviera ofendido:
—Veamos si aguantas el dolor cuando lo haga.
El mayor frunció el ceño con enfado y se
preparó esperando que sonara la señal. El instructor Narel dio la voz de
comienzo y Zerel se colocó en guardia, listo para usar todas sus habilidades.
Observó cómo su rival abría la mano derecha de cara al suelo y este comenzaba a
temblar a sus pies, desde donde una roca delgada se elevó hasta la altura de su
cintura. Esta comenzó a quebrarse hasta que solo quedó algo similar a una
espada de piedra, que el náelmar tomó
para blandirla contra Zerel. Pero él no quedó impasible.
Se agachó de inmediato y posó sus manos sobre
el terreno, haciendo que se abriera una amplia zanja frente a su rival. Este la
saltó con facilidad, y Zerel aprovechó la vulnerabilidad que el salto produjo
para lanzarle proyectiles de piedra que estuvieron a punto de golpearlo. El
otro se libró del daño con un fuerte mandoble que destruyó algunas rocas e hizo
que se desviaran las demás. Cuando tocó el suelo trató de impulsarse para
continuar el ataque, mas no pudo, pues sus pies se vieron hundidos en la tierra,
que había sido convertido en fango.
Zerel
había tomado esa precaución para atrapar a su rival y lo había conseguido, así
que aprovechó el momento para empezar a elevar una roca enorme desde la tierra,
que pronto comenzó a proyectar una fría sombra que amenazó con aplastar al
joven de cuarto grado. Sin embargo, este logró zafarse del barro aumentando la
cantidad de agua en él, hasta disolver la tierra y no dejar más que un charco
del que pudo escapar con facilidad, mientras Zerel aún estaba con las manos
puestas sobre el suelo. Su adversario ejecutó otro poderoso mandoble que habría
alcanzado al náelmar de no ser por su
agilidad, que le permitió saltar con gran rapidez a un lado y estabilizarse
tras rodar. No perdió ni un segundo y se lanzó contra su oponente con la
intención de llevar la pelea a una distancia muy corta, por arriesgado que pudiera
ser. Gracias a su entrenada velocidad, logró lanzar un puñetazo con la mano
izquierda que obligó al otro a soltar la espada para defenderse. El golpe fue
detenido y Zerel vio venir una patada por el lado derecho mientras su puño
seguía sostenido, sin embargo, con un solo movimiento se apartó, liberando su
mano al tiempo que evitaba el poderoso ataque.
Continuaron
intercambiando toda clase de golpes, esquivando y bloqueando mientras el náelmar de cuarto grado se irritaba cada
vez más por la duración del duelo. Enfadado, decidió cambiar el curso de la
batalla y aprovechó un momento fugaz tras evadir otra patada para alejarse y
poner una de sus manos sobre la tierra. Zerel estaba tan emocionado con la
pelea que corrió hacia él precipitadamente, hasta que de pronto se dio de
bruces contra el suelo: unas plantas que su rival había hecho crecer enredaban
sus pies. Cuando levantó la cabeza fue demasiado tarde, el otro elvannai lo tenía agarrado por los
cabellos y sonreía con arrogancia mientras le deslizaba una mano por el rostro,
hasta tomar su cuello. Se oyó la voz que declaró el fin del último combate del
día, mas Zerel, molesto por la derrota y por la actitud de aquel muchacho, tomó
un puñado de tierra y se lo arrojó como pudo al rostro. Este, furioso, le
estampó la cara contra el suelo y tiró de su melena sin cuidado.
Los instructores corrieron hacia los muchachos
dando voces y fue entonces cuando la pelea terminó de verdad. Hrum ayudó a Zerel
a ponerse en pie mientras lo reprimía por su actitud, a la vez que Narel hacía lo propio con su discípulo.
Obligaron a los dos a pedirse disculpas aunque aquello no los libraría de un
castigo, y tras unas palabras de despedida entre los instructores, los jóvenes
de cuarto grado se marcharon de allí.
La
noche estaba al caer, y en aquella hora casi todos los iniciados tomaban un
baño pues Hrum los había citado para reunirse en el comedor. Tras la cena,
acompañada por un pequeño repaso de las normas por parte de la instructora,
quien además le entregó a cada uno ropajes para dormir, los elvannai regresaron a sus habitaciones.
Rendido, decepcionado y pensando en Ivendi, a quien no había quitado ojo de
encima durante la comida, Zerel se dejó caer boca arriba en su cama, mientras
Veris entraba en el cuarto y cerraba la puerta. La joven caminó mientras
cojeaba levemente y se sentó sobre su colchón.
—Por cierto, ¿estás mejor? —le preguntó Zerel.
—En buena hora te preocupas por tu compañera —le
dijo Veris en tono de reproche, aunque bromeaba—. La verdad es que ya me siento
mejor gracias a aquella que me ayudó.
—Ah, me alegro —dijo—. ¿Sabes? Quería burlarme
de ti por tu actuación pero peleaste muy bien, te felicito.
—Qué malintencionado eres. Ya te dije que era
una experta —dijo, riendo—. Pero tú también lo hiciste bien contra ese engreído,
aunque recibiste un buen castigo a cambio.
—Sí, pero podría haberlo hecho mejor. Esa
actitud y que me venciera me molestó bastante, por eso no me pude contener.
—Ya veo, sin embargo… —cambió el tono de voz
a uno más pícaro—. No es lo que más te preocupa ahora, ¿verdad?
—Eh… claro que no… Mañana debo empezar a limpiar
el suelo de la fortaleza —dijo, sin saber a qué se refería su compañera de
habitación.
—No lo digo por eso. Yo diría que hay cierta
muchacha alada que capta mucho tu atención —dijo Veris, sonriendo.
—¿Qué dices? No… es solo que… Hay que vigilar
a las compañeras… compañeros de esa
especie, ya que son delicados. Sí, por eso la miro de vez en cuando, no le vaya
a pasar algo. Así es. Bueno, es hora de dormir, mañana empezaremos con las
lecciones… uf, ¿no? Lo mejor es descansar… Buenas noches —dijo todo esto
mientras le daba la espalda a la otra y se cubría con la manta, dispuesto a
dormirse cuanto antes.
—Claro,
tienes razón —dijo Veris, riéndose pues daba por confirmadas sus sospechas—.
Buenas noches.
Se levantó para apagar el candil, pero antes
de hacerlo, miró durante unos segundos a Zerel, entonces apagó la luz y regresó
a su cama. Ninguno de los dos tardó demasiado en dormirse por el cansancio
producido tras las peleas y por el viaje de llegada a Véreldhor. Así se
adentraron en la primera de tantas noches que pasarían en aquel lugar.
Despertaron
varias horas después con el sonido de unos golpes en la puerta. Los instructores
de los diferentes pisos despertaban así a sus discípulos cuando comenzaba a
brillar la luz de Eradhel en el cielo. A los principiantes se les había dicho
que debían destinar poco tiempo para levantarse y luego ponerse el uniforme,
pues tenían que acudir a los comedores si es que no querían pasar la mañana sin
haber probado bocado. Luego tendrían que reunirse todos en el salón principal
otra vez. Zerel y Veris siguieron estas órdenes y, desde tan temprano, el
primero estuvo al acecho de su tan admirada Ivendi, a la que tuvo sentada (no
por casualidad) detrás suyo durante el tiempo de desayuno.
Después de aquella ligera comida todos fueron
al salón donde les esperaba la instructora Hrum, quien les explicó los horarios
y algunas cosas más. Les dijo que cada lección duraría cerca de una hora, y que
al terminar una avanzarían al siguiente salón yendo siempre hacia el de la
izquierda. Los elvannai de primer
grado comenzaban desde el salón de tierra, ya que la luz se comenzaba a enseñar
a partir del segundo año; después irían al de agua, al de oscuridad, luego
saldrían al de naturaleza, tendrían un descanso de otra hora y volverían al
aprendizaje con el fuego, después el aire, más tarde técnicas de combate y al
final de la jornada, en el atardecer varias horas después, entrenamiento. La instructora
apuntó que el discípulo Zerel debería utilizar sus descansos para cumplir el
castigo que se le había impuesto, y tendría que limpiar la fortaleza, al menos
el piso en el que se alojaba. Después de la charla, la instructora guió al
grupo al salón donde daría comienzo su aprendizaje.
Zerel
no prestó mucha atención desde el primer momento. No le gustaba atender a largas
explicaciones y le resultaba difícil memorizar demasiadas palabras. Además se
sentía disgustado por tener que pasar el tiempo de descanso limpiando y, por si
fuera poco, tenía a Ivendi sentada tan a la vista que podía mirarla con
facilidad, pudiendo observar gran parte de su rostro y cuerpo. Sin duda, aquella
era la mayor distracción.
De esta manera los días se fueron desarrollando
un tanto monótonos para el náelmar,
excepto durante los entrenamientos de lucha, donde se divertía y no tardó en
destacar. Zerel se pasaba el resto de horas de enseñanza con los ojos puestos
en la erïlnet, y así apenas aprendía
lo que se decía en los salones, por lo que al anochecer, ya que el atardecer lo
pasaba siguiendo a Ivendi en cuanto terminaba su limpieza diaria, le pedía los
escritos a su compañera Veris y apuntaba lo que podía en sus propios libros.
Con el paso de los días la amistad fue
creciendo entre los dos jóvenes náelmar,
y pasaban muchas noches hablando antes de irse a dormir. En una de ellas surgió
una conversación que inquietó a Zerel mientras apuntaba algunas cosas que había
escrito su compañera durante el día.
—Mañana acabas tu castigo, ¿verdad? —le
preguntó Veris.
—Sí, al fin —respondió Zerel, suspirando—.
Estoy cansado de limpiar paredes y suelos.
—Qué bien —dijo su compañera, sonriendo—. ¿Y
qué harás después en los descansos?
—Pues… —empezó a decir, pensando con qué
ocultar sus obvias intenciones—. Supongo que entrenaré más.
—¿Ah sí? Pensaba que también usarías ese
tiempo para observar a cierta compañera de nuestro salón —le dijo, colocándose
a su lado con mirada de sospecha y sonriendo.
—¿Qué? No… sé… a quién —dijo, evitándole la
mirada.
—Vamos Zerel —dijo, presionando con un dedo
el hombro de su compañero—. Es más que evidente que te atrae, pues te pasas el
día entero con los ojos puestos en ella y, por si no te habías percatado,
llevamos casi un mes aquí.
Zerel
se ruborizó, supo que ya no podía escaparse con ninguna excusa porque era
cierto que miraba con descaro a la erïlnet,
así que no era de extrañar que su amiga se hubiera percatado. Y quizá no solo
su amiga. De todas formas, pensó que contándoselo a alguien podría sentirse un
poco aliviado e incluso recibir ayuda; así pues, por fin confesó.
—Bueno… sí, me atrae… un poco —dijo, bajando
el tono de voz a partir del sí.
—¡Lo sabía! —exclamó Veris—. No temas en
contarme detalles, es más, ¡quiero que me los cuentes!
—Pues… —dijo, agachando un poco la cabeza—.
La verdad es que no hay mucho más aparte de que la miro.
—¿Pero es muy grande lo que sientes por ella?
—No… sabría describirlo —dijo, soltando la
pluma que estaba usando para escribir. Lo cierto era que ni él mismo sabía lo
que podía estar sintiendo, si era otro enamoramiento caprichoso, o algo más.
—Hm… Se nota que sientes algo real, no una
simple atracción. Por eso deberías acercarte a ella, darte a conocer y
conocerla.
—Lo sé, eso me gustaría hacer —dijo,
poniéndose las manos en las mejillas y apoyando los codos en la mesa—, pero es
que… no puedo, no sé cómo hacerlo sin estropearlo.
—¿Cómo qué no? Si nunca dudas a la hora de
comenzar una pelea. Deberías saber que esta es una lucha más, y que podrás
ganarla si le pones el empeño que le pones al resto de cosas.
—Pero… —Zerel suspiró—. Nunca me había
enfrentado a algo así, nunca había sentido algo tan fuerte y extraño… Estoy muy
desconcertado. No sé qué hacer pues temo espantarla. —Cerró los ojos.
—Hay que ver —Veris resopló—. Está bien,
mañana preocúpate solo de terminar tu limpieza, que yo me ocuparé de hallar una
manera de que te acerques a ella, sin asustarla.
—¿De veras? —preguntó, levantando la cabeza de
repente, mirándola de cerca—. ¿Me vas a ayudar?
—Claro que sí —dijo, retirándole sus
papeles—. Para algo están los amigos, ¿no? Ahora, a dormir.
—¡Muchas gracias! —le dijo Zerel, contento y
algo colorado.
Se levantó feliz y se dirigió a su cama.
Veris también estaba colorada. Deslizó un poco su mano derecha por la mesa y
apagó el candil. Los dos se dieron las buenas noches y tardaron un poco en
dormirse, ambos sumidos en sus propias inquietudes.
Llegó
el amanecer y con él los golpes en la puerta de los jóvenes, que se
despertaron.
—¡Buen día! —dijo Zerel, animado tras un
bostezo.
—Buen día —dijo su amiga—. Qué alegre te has
levantado.
—Sí. Hoy terminaré de limpiar y mañana por
fin… ¿Me acercaré a ella? —se preguntó, con timidez.
—Ya te lo dije ayer, idiota. Te ayudaré —dijo
Veris, riendo—. Por el momento afrontemos la rutina de hoy.
Zerel asintió con decisión y se levantó para
ir a cambiarse en el cuarto de aseo. Cuando cerró la puerta, a Veris se le
borró la sonrisa y quedó pensativa, cabizbaja; no sabía por qué sentía cierta
molestia al pensar en ayudar a su amigo. Antes de que llegara a una conclusión,
Zerel apareció cambiado y se acercó a ella, apresurándola a levantarse y a ponerse
el uniforme también. Una vez listos, los dos se dirigieron al comedor y tomaron
algo para tener fuerzas ante la jornada que les esperaba.
Las
horas de aprendizaje pasaron lentas, tanto para Zerel, que lo que quería era
terminar de limpiar cuanto antes, como para Veris, que le daba vueltas a su
preocupación en lugar de pensar una posible manera de ayudar a su amigo. La
hora del descanso llegó por fin y los dos se reunieron tras salir del salón de
naturaleza, en el jardín interior.
—¡Por fin! Iré corriendo a terminar lo que me
falta —dijo Zerel mientras buscaba con la mirada a Ivendi. Siempre esperaba
fuera a que ella saliera.
—Ya veo la prisa que llevas —dijo su amiga—.
Espero que ahora en el descanso se me ocurra algo.
—¿Todavía no lo has pensado? —preguntó él,
decepcionado—. ¿Qué has estado haciendo en estas horas si no?
—¿Quizá prestar atención a lo que los
instructores decían? —le respondió, arqueando las cejas.
—Cierto, muchos compañeros lo hacen también
—rió, excluyéndose mentalmente de tal grupo—. Oh, por cierto… ¿Cómo son los
descansos? ¿Qué haces en ellos? —le preguntó.
—Bueno… Leo lo escrito durante las lecciones,
paso tiempo con otra amiga… y…
—Interesante… —musitó Zerel sin prestarle
atención. Ivendi estaba pasando a su lado en aquel momento, por lo que no
atendía a nada más.
Su amiga suspiró y sintió una pequeña punzada
en su pecho. Cuando Zerel perdió de vista a la erïlnet, se despidió para ir a terminar la dichosa limpieza y cada
uno tomó un camino diferente.
Veris se dirigió al jardín de la fortaleza,
pensativa. Lo cierto era que casi desde las batallas de prueba que tuvieron el
primer día, había estado viéndose con la náelmar
de cuarto grado que sanó la quemadura que había recibido durante su combate. Al
parecer esta no pudo superar la prueba final y por eso se encontraba todavía en
Véreldhor, y como en un momento dado la reconoció, se le acercó, y así
comenzaron a hablar trabando cierta amistad. Con el paso de los días, la mayor
terminó por confesarle que se había interesado en ella desde que la vio, y que en
verdad sentía amor. Ante la sorpresa, Veris no fue capaz de decirle nada, a
pesar de que también la atraía de alguna manera, y aunque lo demostraba, no se
atrevió a dar el paso necesario para que comenzara una relación. Era en
aquellos momentos de duda cuando el pensamiento la llevaba hasta Zerel, en
quien trataba de centrarse como si él fuera lo correcto.
La joven caminó sin dejar de divagar hasta
que llegó al portón de la torre por donde se salía al jardín, y donde la estaba
esperando la muchacha con la que pasaba los descansos desde hacía un tiempo. La
vio allí de pie como siempre era, mostrando firmeza con su elegante figura y su
cara de expresión serena. Llevaba el blanco uniforme del cuarto grado y el pelo
suelto y largo, dejando que la melena castaña le cayera sobre los hombros y se
derramara hacia abajo. Tenía el cabello liso, con dos bucles frontales a
izquierda y derecha que resaltaban la belleza y el brillo de aquello que
parecían hilos de seda. De su rostro destacaban sus profundos ojos de color verde
claro, que brillaban bajo unas finas cejas de la misma tonalidad que su pelo.
Su nariz era fina al igual que sus labios, los cuales esbozaron una discreta
sonrisa al ver a Veris llegar. Elara, que así se llamaba, era amable y cortés a
la vez que misteriosa, ya que no solía reír y hablaba siempre de forma seria,
salvo en casos excepcionales, como cuando estaba con la joven que caminaba
hacia ella, a quien se dirigía de forma galana llenándola de cumplidos a veces
desmesurados. Se le acercó para saludarla como solía hacer, tomó su mano
dejando la palma hacia abajo e hizo una leve reverencia, sonriendo con
gracilidad.
—Buen
día, Veris.
—Buen día, pero, ya llevamos varias horas de
luz —dijo la joven.
—No. Para mí acaba de amanecer con tu
llegada, pues tú me iluminas más que nada. —Veris no supo qué decir, se
ruborizó al tiempo que sentía que perdía el control de su cuerpo. Elara era
demasiado para ella.
—¿P-por qué me dices eso? —preguntó, con
timidez.
—Disculpa, si te disgusta no volveré a decirlo.
Es solo que no puedo evitar expresar lo que siento cuando estás cerca de mí.
—No… no me molesta pero… —suspiró, sonriendo.
—Hm… —rió con gentileza Elara —. He de
confesar que también disfruto viendo la expresión que te provocan mis palabras;
te hace más adorable.
—No es justo —dijo Veris en tono infantil—.
Algún día encontraré tu debilidad.
—Quién sabe… Por ahora, ¿vamos? —dijo,
tendiéndole una mano.
Veris la tomó y caminaron por el jardín rumbo
al rincón en el que solían pasar la hora del descanso. Se encontraba en el
oeste del jardín de la fortaleza, y había que caminar un poco hasta llegar a
unos árboles que se alzaban cerca de unos arbustos de flores violetas. Al
principio Veris había escogido aquel sitio porque le gustaban las flores que
había allí, aunque más tarde, se convirtió en el lugar donde se había
encontrado con Elara.
Ella era cuatro años mayor y aun así, la
trataba como a una semejante y mostraba interés por todo lo que le contaba. Por
el aprecio y respeto que le ofrecía, por su visible forma de ser y por la
oculta, que a veces podía entrever, Veris había comenzado a sentirse atraída
por ella; mas era algo que jamás había pensado, al fin y al cabo, eran del
mismo género... Veris siempre había creído que solo podría sentirse atraída por
un elvannai.
A pesar de esto, Elara le dedicaba sin temor alguno
palabras de amor que la más joven en realidad recibía con gusto. La de cuarto
grado era paciente y sus ojos eran profundos, por lo que sabía que algo impedía
avanzar a su amada, aunque estaba dispuesta a esperarla a pesar de que a veces
podía con ella el deseo de ir más allá. Sin embargo, siempre se contenía porque
la respetaba de corazón; no obstante, en aquel momento, mientras llegaban a su
rincón y se sentaban, percibió una preocupación grave en su rostro.
—Veris, ¿qué sucede? —le preguntó.
—No es nada —respondió, un poco ausente.
—Y… ¿ya te has decidido acerca de mí? —se
atrevió a decir, dejándose llevar por lo que sentía.
—Sobre eso… Aún no lo sé. —Su expresión empeoró.
—Sabes… no es necesario que te guardes tus preocupaciones conmigo, pues quiero saberlo todo de
ti. A no ser que prefieras reservarlo, o no confíes en mí lo suficiente.
—Sí confío en ti —dijo, sintiendo contradicciones
en su corazón—, pero… No sé qué es lo que me impide estar más cerca de ti… Creo
que ni siquiera sé lo que deseo. —Agachó la cabeza, confusa.
Elara no dijo nada más y se le arrimó. Acercó
su rostro al de ella lentamente y levantó con suavidad su cara para mirarla a
los ojos. Con un ligero suspiro entreabrió sus labios, y Veris se puso
nerviosa. No sabía qué hacer ante tan repentina cercanía; confundida y perdida
en la profunda mirada que tenía enfrente, en la belleza atrayente del rostro
cada vez más cercano, terminó por cerrar los ojos y preparase para recibir el
beso. Mientras lo esperaba, pensó de manera fugaz en Zerel, y aquel destello de
su imagen fue suficiente para que girara el rostro, sintiéndose incómoda. Abrió
los ojos. Sin embargo la otra náelmar
no se detuvo, aunque se desvió cuando la más joven cerró los ojos otra vez, y
entonces se le acercó al oído. Retirándole un mechón de pelo con suavidad, le
susurró:
—Ahora mismo deseaba besarte más que nada,
pero de haberlo hecho me habría arrepentido. No era lo único en lo que
pensabas, ¿verdad?
Veris abrió mucho los ojos, y en su corazón
sintió una aguda presión. Sí, era eso. Sin duda debía sentir cosas por aquel náelmar, por su compañero de habitación.
Siempre había imaginado tener aennje,
no aennja. Pero, ¿era lo que de
verdad soñaba? ¿Lo que deseaba? No podía saberlo aún en su juventud, y llevada
por el temor a cosas tan oscuras que no podía ni imaginar, mintió.
—… no… perdóname…
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