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Libro de tierra - 1. Fortaleza


En la Tierra Centro, en el continente de Ikalnor y al suroeste de Annelvarth, el Árbol de Plata donde nacieron los hijos de Eradhel, se hallaba un lugar único, punto de encuentro de las tres principales razas de Eïle. Muy contados eran los lugares donde se daba tal dispar congregación, pero este era el único que poseía la finalidad de la que muchos habían oído hablar: la de instruir a todo elvannai por igual en el conocimiento del mundo en el que vivían y en el dominio del combate y la energía elemental. Era un lugar de adiestramiento, ubicado en una fortaleza conocida como Véreldhor, alzada en medio de la llanura de Northonith. Allí llegaban cada año jóvenes de las Tres Tierras, dispuestos a recibir una instrucción que distaba en gran medida de lo usual, motivados por la oportunidad de convivir con las demás razas.
 
   La fortaleza era inmensa, no tan grande como una ciudad, pero sí muy espaciosa ya que los muchachos que iban a aquel lugar, además de aprender, se alojaban en habitaciones durante los cuatro años que podía durar el aprendizaje completo; si es que superaban cada grado tras el tiempo necesario. El edificio se encontraba de cara al sur, frente a una verde pradera y rodeado por una montaña llamada Kedfel, que lo cercaba por el norte como si lo abrazara. La parte delantera del fuerte estaba protegida por una alta muralla gris con un hermoso portón en el centro, decorado con grabados plateados y de metal. Tras el muro había un ancho jardín que llevaba hacia la puerta del salón principal de Véreldhor. Aquel jardín se extendía alrededor de la fortaleza hasta llegar a las paredes de la montaña, y en él, los discípulos solían pasar la mayor parte de su tiempo libre, ya que no se les permitía cruzar los límites del fuerte durante la época de aprendizaje. Por fortuna, a lo largo y ancho de toda la extensión de pasto había múltiples árboles y flores coloridas, que recreaban la vista y atraían a varias criaturas pequeñas; algunas terminaban siendo tratadas como mascotas por los muchachos, pues eran muy dóciles, y estos tenían la costumbre de ponerles nombres que escribían en cordones de tela y ataban a sus extremidades.
   Pero además de árboles y flores, en aquel jardín había construidas algunas fuentes decoradas con efigies de las Atalven, que expulsaban un agua muy cristalina y fresca venida de la montaña que las resguardaba, y que producía un relajante sonido al caer. También había muchas áreas y cabañas donde practicar deportes y juegos y, pegadas a las laderas de Kedfel, había varios huertos donde se cultivaba el alimento para el abastecimiento. De la carne animal se encargaban algunos cazadores del exterior, que la intercambiaban por otros bienes con los encargados de la cocina en el fuerte.

   Incluso antes de cruzar la gris muralla que guardaba la entrada a la fortaleza, se podía divisar su construcción principal, pues su altura superaba al resto del fuerte y su hermosura era imposible de ignorar. Se trataba de una alta y elegante torre blanca, decorada con trazos dorados y teñida de marfil que, a la luz del día, resplandecía de tal manera que parecía una gigantesca joya centelleante, maravillosa a la vista de quien la mirase; tales eran su belleza y esplendor, que no parecía ser obra de unos elvannai. Al cruzar el portón de la muralla, la torre se podía ver aún mejor y se desvelaba su puerta, hecha del mismo material que los muros blancos, y decorada de igual manera con representaciones de las Atalven y dibujos que simbolizaban árboles y flores. El piso inferior era la parte más amplia del hermoso edificio, pues el resto de su cuerpo tenía unos pocos metros menos de anchura hasta la altísima cúpula, que poseía forma de pico, y cuya punta era imposible de vislumbrar desde la posición del suelo.
   A izquierda y derecha de la edificación había anchos muros, teñidos de un marrón suave con algunos trazos oscuros, como las esquinas de las numerosas ventanas que había por toda la fachada. Estos muros estaban divididos en cuatro pisos, que albergaban los dormitorios y las aulas para los jóvenes según su grado; comenzando por el primer piso para los iniciados, el siguiente para los de segundo año, el contiguo para los de tercero y el último para los de la etapa final. Cada piso estaba conectado con el superior por unas escaleras en espiral que se hallaban en el interior del fuerte. A su vez, todos los niveles estaban enlazados con la torre central, pero solo el primero de ellos lo hacía pared con pared; el resto lo hacía mediante puentes de piedra expuestos al aire y que unían las dos construcciones. Los murallones se extendían a lo largo de la parcela de Véreldhor mientras se plegaban cada cierta cantidad de yardas; el resultado solo era visible si se observaba el baluarte desde los ojos de algún ave, es decir, desde una zona muy alta.
   Estando a tan gran altura se podía apreciar que los muros daban forma a un pétreo hexágono. Cada línea de esta figura era un pasillo lleno de dormitorios, y los puntos de unión eran amplios salones a los que se llegaba a través de la puerta que conectara con el pasillo anterior o posterior. En cada una de aquellas estancias había además otras dos puertas: una que daba a la sala de aprendizaje correspondiente y otra que conectaba con el jardín interior de la fortaleza, al que se llegaba por unas escaleras. Todos los pisos tenían la misma distribución, y aquellas escaleras exteriores zigzagueaban desde el más alto hasta el suelo, uniéndose mediante puertas con cada nivel.
   En cuanto a los puntos de unión del hexágono que era la fortaleza, había seis si se contaba también la torre; era el número equivalente a la cantidad de elementos que existían. Por tal razón, en cada uno de estos puntos estaban los salones donde se ofrecían lecciones sobre un elemento u otro. Quedaban repartidas de tal manera que en la torre, el punto más meridional del edificio, se instruía acerca de la luz, a su derecha del aire, arriba de este punto del fuego, a la izquierda y arriba la oscuridad, más a la izquierda el agua y abajo la tierra; a su derecha estaba otra vez el aula de la luz, por lo que el circuito quedaba completo.

   Así estaban repartidos los interiores de Véreldhor, pero también había una gran zona iluminada por los cielos entre sus paredes, a la que se podía acceder a través de las diferentes puertas a lo largo del edificio. En este jardín interno se encontraban las dos únicas aulas al aire libre: la de técnicas de lucha y la de naturaleza, así como el campo de combate o de entrenamiento donde se probaba la destreza con los elementos y con la pelea cuerpo a cuerpo. La primera de estas «salas» se encontraba en la parte meridional del hexágono, delimitada por un alto seto de hierbas cuya entrada era un arco blanco de piedra, con la cara posterior de la torre blanca como una de sus fachadas; en el lado opuesto, al norte, se encontraba el otro salón. Ambos eran iguales y poseían una forma triangular, el septentrional era el de técnicas de lucha y el otro el de naturaleza; en la primera aula se enseñaba sobre ataques, guardias, formas, técnicas y demás, mientras que en la otra se hablaba sobre todo lo concerniente al mundo físico de Eïle y a sus habitantes: animales y plantas.
   El campo de combate, donde se libraban batallas de prueba, ocupaba casi todo el resto del terreno siendo su centro el punto medio exacto de la forma hexagonal del fuerte. Este lugar estaba rodeado también por altos setos de plantas, pero tenía cuatro arcos para poder acceder a él. El suelo allí era de tierra blanda a diferencia del resto del lugar, que estaba cubierto de finas y suaves hierbas como las del jardín principal. Esto era para acomodar la superficie a las batallas, y amortiguar las caídas y los golpes contra el suelo.

   Así era la magnífica fortaleza que estaba a punto de recibir, como cada año en la misma época, a un nuevo grupo de jóvenes preparados para comenzar su aprendizaje. Venidos desde las Tres Tierras, llegaban poco a poco elvannai de cada especie: erïlnet, náelmar y udhaulu. Eran recibidos en el exterior de la muralla, frente al portón, por una de las instructoras más expertas del lugar. De aspecto elegante, algo entrada en años y con el pelo recogido en un moño alto, portaba una hoja de papel donde tenía apuntados los nombres de los muchachos que habían de presentarse allí antes de una hora preestablecida. Quien llegara más tarde podía tener la oportunidad de entrar si aún no se había cerrado el portón, si no, tendría que esperar un año más para poder enviar una nueva solicitud con la intención de ser admitido. En Véreldhor tenían todo tipo de normas estrictas, y esta solo era una de ellas pues debían asegurarse de mantener el orden desde el primer momento; después de todo, no era un lugar cualquiera.
   
   El día era claro y un poco frío, pues se trataba del primero de la estación de nalve y las nieves aún morían alrededor, amontonadas en varios montículos que rodeaban los caminos. Había pasado una hora desde que la instructora Nioya, de raza erïlnet, saliera de la fortaleza para recibir a los próximos aprendices y, como esperaba, ya habían llegado la gran mayoría de ellos, a los que ahora convocaba para que entraran en el fuerte. Alzó la vista hacia la llanura que tenía enfrente y distinguió en diferentes distancias a varios muchachos rezagados que todavía no había marcado en su lista, por lo que hizo un gesto al que respondió el sonido claro de una campana, que indicaba la cercanía del cierre del gran portón.
   Entre los jóvenes que llegaban a deshora y que ahora se apresuraban, se encontraba uno, que además de ser el que más lejos estaba, no se percató de la llamada de la fortaleza hasta que vio cómo se echaban a correr los que iban delante de él, y que los que ya habían llegado al portón se colocaban en filas. Tardó unos segundos en relacionar los hechos y entonces comprendió: llegaba tarde. El joven echó a correr con todo lo que cargaba y logró llegar a tiempo, justo cuando la puerta se abrió por completo y sus compañeros comenzaban a entrar. La instructora advirtió la tardía llegada de aquel muchacho y, aunque habría preferido ignorarlo y seguir adelante, hizo caso de las normas y se acercó a él. Con tono frío y severo dijo, mientras alzaba la hoja de los nombres:
   —Preséntese.
   —Soy… Zerel dijo el joven, jadeando. Se irguió y añadió—: Zerel, de la ciudad de Senenstra.
   —Está bien —dijo Nioya, confirmando el nombre del joven en la lista—. Pese a su retraso puede unirse al resto del grupo y pasar, deprisa. Y séquese el sudor de la frente.
   —Sí, instructora dijo Zerel, un poco avergonzado. Se pasó la mano por la frente y se apresuró a alcanzar a los demás.
   Nioya cruzó el portón y este comenzó a cerrarse tras su paso. Algo disgustada por el último joven, caminó hacia la torre de la fortaleza, lugar al que se dirigían los muchachos y en cuya puerta les esperaba otra instructora. Zerel caminaba al final del grupo, respirando con profundidad a causa de la repentina carrera mientras miraba a uno y a otro lado, tanto a las construcciones como a sus nuevos compañeros.

   Venía de la lejana Senenstra, una gran ciudad en el mismo continente de Ikalnor, situada al borde de Emnaertel y al sur de la desembocadura del río Orethruil. Viajar desde aquel lugar tomaba unas dos semanas a la carrera, aunque a él le llevó cuatro pues se había demorado en explorar casi todo aquello que desconocía y encontraba por el camino; en ocasiones (casi siempre) no podía contener su curiosidad. Como cabría esperar por su procedencia, era un náelmar, bastante orgulloso de ello además. Enérgico y jovial, le gustaba entrenar siempre que podía y su principal ejercicio era el de correr, por lo que presumía de gran rapidez. También era diestro en el combate cuerpo a cuerpo y controlando la energía de tierra, artes en las que había sido adiestrado desde pequeño y que disfrutaba mejorar día a día.
   Con todo esto había adquirido una complexión atlética, mas su piel no era demasiado morena, lo que le disgustaba pero justificaba argumentando que corría a tal velocidad que la luz de Eradhel no tenía tiempo de tocarle siquiera. Sabía que no era verdad, pero siempre trataba de evadir los temas que no le agradaban con algún tipo de broma sin sentido. Como tampoco le gustaba mostrar su cuerpo, llevaba siempre ropas que le cubrían lo más posible, adaptándose a las épocas de calor y renunciando a lucirse a pesar de la incomodidad; sin embargo, era una costumbre que no deseaba ver en las elvannai femeninas, pues gustaba de recrear su vista en sinuosas curvas y pieles al descubierto.
   Así era, y su mayor debilidad eran las muchachas de su edad, pues se sentía muy atraído por ellas y ansiaba acercárseles para descubrir más de sus intimidades, aunque su verdadera ilusión era la de encontrar a una que se convirtiera en su compañera especial, en su aennja, como en tantas historias que había escuchado ocurría. Sin embargo, era desafortunado en ese terreno, ya que, como se entregaba con mucho entusiasmo en todo lo que le gustaba, terminaba por asustar a toda aquella a quien se aproximaba con tales intenciones a causa de su brusquedad. Y aunque cualquiera que le mirase podía encontrarle atractivo, con su rostro bien perfilado, sus ojos castaño oscuro y su pelo negro y corto pero liso, siempre lo echaba todo a perder con la efusividad y la simpleza que mostraba sin darse cuenta.
                                      
   Ahora seguía andando al final del grupo, cargando un gran bolso donde traía todo tipo de trastos y ropas distintas. Mientras atravesaba el jardín que separaba la muralla de la torre, observaba a los discípulos superiores que paseaban por el lugar o que permanecían sentados sobre la fina hierba, solos o conversando en grupos con sus compañeros. Los iniciados eran observados y estudiados por todo aquel que estaba en los jardines, y así Zerel tuvo la oportunidad de verle los rostros a muchas elvannai, de las cuales la mayoría, por no decir todas, le llamaron la atención por su belleza.
   Dejó de mirar a los lados y llevó los ojos al frente, pues se dio cuenta de que los que iban delante se habían detenido; estaban por fin frente a la puerta donde les esperaba otra instructora, esta vez de raza udhaulu y también entrada en años. Destacaban las astas de su cabeza, que imponían y crecían hacia los lados entre un pelo rojizo y plateado por la vejez, y se doblaban hacia delante.
   —Bienvenidos a la fortaleza de instrucción de Véreldhor —dijo—. Mi nombre es Hrum. Por favor, síganme y les explicaré algunas cosas en el interior. —Se dio la vuelta y cruzó la puerta de la torre.

   El grupo de muchachos la siguió hasta el interior de la torre, donde se colocaron formando un semicírculo a órdenes de la instructora. La estancia en la que se encontraban era un salón muy amplio, por lo que hubo espacio suficiente para todos, además, no había nada aparte de una gran estatua de Eierel rodeada por sus tres Hijas, y dos arcos en las paredes a izquierda y derecha. Sin embargo, la decoración del lugar era magistral, llenaba el lugar de un brillo dorado, delineando diferentes formas en los muros que representaban la naturaleza del mundo en el que los elvannai vivían, transmitiendo un agradable sentimiento de paz. Mientras los jóvenes estaban absortos admirando los murales, la instructora Hrum se situó enfrente de ellos, aunque nadie advirtió su presencia quizá por el color apagado de los ropajes que llevaba, vestidos por todos los que dirigían Véreldhor. No tuvo otro remedio que alzar la voz por un momento, suficiente para llamar la atención de todos, como quería.
   —No olviden el lugar en el que están, y que deben prestar total atención a los instructores —dijo, con tono serio—. Bien, ya que todos están atentos pasaré a explicarles lo que deberán hacer a partir de ahora y luego les mostraré la fortaleza. 
   Mientras Hrum hablaba acerca de normas y demás temas, Zerel la observaba con atención, y no justo porque la estuviera escuchando. La udhaulu estaba tapada hasta el cuello aunque gran parte de la espalda permanecía al descubierto, por la simple razón de que los elvannai de raza erïlnet llevaban todas las ropas así para acomodarla a sus alas, y como en la fortaleza se buscaba la armonía entre las tres especies, los ropajes no tenían diferencias para nadie. A Zerel no le disgustaba el vestido salvo por la espalda descubierta, aunque él prefería sin lugar a dudas una simple camisa larga y unos pantalones cualesquiera, como los que llevaba en aquel instante y vestía en toda ocasión.
   Dejó de prestarle atención a Hrum y miró a sus alrededores, ya que desde su posición podía ver los rostros de muchos de sus compañeros. Fue observando a las muchachas de una en una, sintiéndose cada vez más feliz de estar en aquel lugar, hasta que detuvo su inspección de golpe. Una de ellas le impresionó de tal manera que le hizo sentirse fascinado; abrió mucho los ojos mientras la boca se le empezaba a abrir también, pero en contra de su voluntad. No podía terminar de creerse la belleza de aquella joven ni las sensaciones que mirarla le provocaba, pues había comenzado a inquietarse y sudar mientras el calor se le subía al rostro y no sabía qué hacer para disimular. Solo tenía algo claro: no podía dejar de mirarla. Todo de ella le había atrapado: su pelo color lavanda claro, liso y a la altura de los hombros, casi blanco; la expresión inocente de su rostro, con un ápice de timidez; sus preciosos ojos grandes sin negrura, pintados en tonos de verde azulado; la delicadeza de su pálida piel y la graciosidad de las alas del mismo color que sus cabellos, recogidas tras la espalda. El resto de su cuerpo, pensaba Zerel, había sido bendecido con una generosidad inusual en su raza, la erïlnet, pues tal fisionomía era la más común entre las udhaulu. Fuera como fuera, no podía apartar la vista de ella por mucho que tal fuera su intención, y comenzó a temer que le tomara por loco o depravado echándolo todo a perder. Ya deseaba intentar acercarse a aquella elvannai, mas también temió cometer los mismos errores en los que siempre había tenido la desgracia de caer. No deseaba pensar en ello y frustrarse, así que forzó la vista un momento hacia el suelo, y entonces escuchó decir a la instructora algo que llamó su atención.
   —Ahora hagan el favor de seguirme ordenadamente. Les guiaré por el primer piso del edificio para que lo conozcan. Escuchen y observen con atención para que no se pierdan más tarde.
   Todos comenzaron a caminar tras la instructora, que dirigió sus pasos a través de la arcada situada a la izquierda del salón. Entonces Zerel dejó caer su bolso al suelo simulando que se le había resbalado, solo para agacharse a recogerlo con lentitud. Hizo tiempo mientras fingía que buscaba algo en él hasta que la erïlnet en quien se había fijado pasó por su lado, entonces, hizo un gesto rápido como si hubiera dado con algo que buscaba y se levantó casi de un salto, colocándose detrás de aquella hermosa muchacha. Así pues, como tenían que ir en filas ordenadas, utilizó tal pretexto para no separarse demasiado de ella.
   Durante todo el recorrido no le quitó ojo de encima, como si estuviera hechizado. Tan cautivado estaba con ella que, en una ocasión mientras iban caminando, creyó que podía oler su aroma y se acercó más de la cuenta dejándose llevar; entonces su bolso rozó un ala de la joven y esta miró hacia atrás con timidez, viendo a Zerel disculparse con gestos y expresiones nerviosas. Ella asintió de manera leve y esbozó una pequeña sonrisa, después volvió a mirar hacia delante y continuó andando. Zerel, sin embargo, se paró en aquel instante, ruborizado por completo a causa de la inocente sonrisa que le habían dedicado y que hizo que su corazón se sobresaltara. Volvió pronto a la realidad por el empujón que le dio alguien que venía detrás, y corrió de nuevo a colocarse detrás de aquella elvannai que le maravillaba. En otras circunstancias habría terminado peleando con alguien que le empujara, pero estaba tan admirado en aquella ocasión, que se había olvidado de todo lo demás. No había otra cosa que le importara.
   En ese olvido continuó flotando hasta que sin darse cuenta cruzó otro arco que regresaba al salón dorado en el que habían comenzado a caminar, aquello significaba que ya habían terminado la visita alrededor del primer piso de la fortaleza. Entonces la instructora les hizo colocarse en semicírculo otra vez para hablarles, y cuando estuvieron ordenados comenzó a decir:
   —Ahora que ya han visto los interiores de Véreldhor, solo queda asignarles un compañero de habitación, pues, como dije al comienzo del recorrido, cada dormitorio acogerá a dos muchachos. Empezaré a llamarlas según el orden de los nombres y así el primero que mencione irá con quien le siga. Comenzarán pasando por el arco de la izquierda y entrarán en las habitaciones por orden numérico.
   La instructora comenzó a decir nombres, pero Zerel se había puesto nervioso otra vez ante la posibilidad de poder compartir el cuarto con ese, para él, regalo de las Atalven, que además tenía a su derecha en aquel preciso momento. Se frotaba una sudorosa mano izquierda contra el pantalón, deseando que el nombre de la erïlnet empezara con su misma inicial. Comenzó a imaginarse posibilidades, mas no había dado ni con tres cuando la vio dar un paso adelante poco después de que la instructora dijera:
   —Ivendi.
   Entonces observó frustrado cómo la instructora le indicaba a Ivendi y a un náelmar que ya estaba esperando allí el camino a seguir. Mientras se dirigían al arco del pasillo para ir a la habitación designada, Zerel maldecía de todas las formas que conocía al joven que compartiría cuarto con la erïlnet. Lleno de rabia y envidia, dejó de prestar atención a la udhaulu y se dedicó a mirar al suelo, apretando los dientes y aferrándose a las asas del bolso que llevaba. Al cabo de unos minutos, todos habían salido del salón por alguno de los dos arcos y solo quedaban allí Hrum, una joven y Zerel, que aún seguía en sus frustraciones y no se había percatado de la situación.
   —Veris y Zerel —dijo la instructora.
   La joven llamada Veris dio unos pasos al frente, mientras Zerel continuaba mirando el piso, sujetando con fuerza su bolso.
   —Veris y Zerel —volvió a llamar, poniendo más énfasis en el segundo nombre. Él reaccionó y se dio cuenta de que estaban solos en el salón. Avergonzado, caminó hacia la instructora.
   —Disculpe instructora, no tengo excusa —dijo, con vergüenza.
   —Desde luego que no, dudo que el suelo sea tan fascinante como para servirle de distracción —dijo, con el ceño fruncido—. De todas maneras, ustedes dos, tomen el pasillo derecho. Su habitación es la primera que encontraran por esa dirección, y ya saben, a la hora que dije antes deberán estar presentes en el jardín interior.
   Zerel no sabía de qué estaba hablando. Dejó que su compañera se adelantara para seguirla y en unos segundos llegaron a la habitación. Veris abrió la puerta y entraron.

   —Disculpa… Aunque ya lo sepas, me llamo Veris, me es grato compartir el cuarto contigo —dijo amablemente la joven.
   —Eh… sí. Me llamo Zerel, también me es grato —dijo él, desconcertado.
   Veris sonrió y Zerel se fijó un poco en ella. Era una joven náelmar que casi parecía una niña, pues su estatura era bastante corta y su rostro infantil. Además tenía el pelo recogido en dos bajas coletas, aunque lucía un hermoso color negro con destellos de azul. Vio que tenía los ojos de color azul claro y unas pestañas bastante definidas, además de una boca pequeña y graciosa. Como ropa llevaba un vestido largo de color celeste y un chaleco gris. La muchacha se quedó parada en medio de la habitación, y de repente le miró y dijo:
   —Por cierto, ¿qué cama prefieres para ti?
   Zerel se fijó en la que tenía más cerca y en ella se dejó caer, sentándose. La otra tomó la acción como una respuesta y se sentó sonriendo en la que quedaba. Entonces observaron el lugar. Aunque no era muy amplio tenía un aire acogedor, pintado con el mismo tono marrón de la madera que tenía el resto del interior del fuerte. Mirándola desde la puerta de entrada tenía forma rectangular, con las camas a los lados y una larga mesa de madera al fondo, con dos sillas del mismo material. En el centro de la mesa, colgado en la pared, había un candil para iluminar la noche y, a izquierda y derecha dos pequeñas ventanas. Sobre la tabla no había nada, aunque debajo tenía dos cajones para guardar varias hojas de papel, plumas, tinta y otras herramientas que podían ser útiles para ellos.

   Suspirando, Zerel se dejó caer hacia atrás, pero notó que lo hizo sobre un bulto. Se levantó, y dándose la vuelta, vio que era ropa que estaba allí doblada. La tomó con las manos y la sacudió en el aire.
   —Ese es nuestro uniforme —dijo Veris—. ¿Es bonito verdad? Tendremos que ponérnoslo en unos instantes para acudir donde nos citó la instructora.
   —Oh… sí, es cierto —dijo Zerel sin saber cuándo sería eso.
   No dejaba de mirar la túnica de color verde claro que tenía entre las manos, pese a que poseía unos atractivos adornos plateados y unos bordes oscuros, notó que no era igual que las que llevaban los discípulos mayores que había visto hacía unas horas en el jardín. Supuso entonces que según el grado de aprendizaje, el color del ropaje variaba, así que se resignó y dobló las telas en su regazo.
   —¿Qué es esto? —oyó preguntar a Veris, que sacaba otras ropas que estaban dobladas en el interior de su túnica—. Hm… ¡Ya sé! La instructora lo mencionó. Es el uniforme para los entrenamientos —dijo mientras separaba una camisa corta de unos pantalones.
   —Esto me gusta más —dijo Zerel, sonriendo mientras sacaba los suyos de la túnica.
 ­  —Pues yo prefería la túnica —dijo su compañera, quejándose con un suspiro—. Y ahora que recuerdo, este es el uniforme que la instructora Hrum dijo que lleváramos.
   —¿El de entrenamiento? —dijo Zerel, sorprendido.
   —Así es, supongo que nos querrán poner a prueba desde el primer día.

   Zerel cerró los puños, era la segunda vez que se sentía emocionado en aquel extraño día en el que había visto tantas cosas y elvannai nuevos. La idea de un combate le hacía feliz, pero más le alegraba saber que una reunión con todos sus compañeros significaba volver a ver a Ivendi, además de poder lucir sus habilidades delante de ella. Comenzó a impacientarse ante tal pensamiento, solo deseaba que aquel momento llegara ya.


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