Como un
árbol solitario en la cima de una loma,
viendo
cientos de criaturas pasar.
Como una
torre de piedra atravesada por los vientos,
alzada en
medio de una ciudad.
No sabe
menos el que no quiere hablar,
no es
insensible el que tarda en actuar.
De espaldas
al mundo se puede observar,
no hay por
qué moverse para escuchar.
El más
sabio no es el que más opiniones da,
ni el que
sabe lo que dice por algo vivido.
Tampoco lo
es ningún ser sin eternidad
pues
aprender es un camino más longevo que un mortal.
Sin embargo
se acerca aquel que reconoce
que aún le
falta por ver, que aún queda por comprender.
Porque
nunca la noche estuvo antes que el día
ni el día
fue siempre primero que la noche.
Un saco
viejo puede estar lleno de oro,
una trampa
mortal puede estar engarzada en joyas.
Nunca
hallará la senda quien siempre pisa en el mismo sitio,
no cambiará
el camino para el que siempre a la derecha va.
Pero él
conoce dónde pisar, aunque nadie lo ve andar.
Él sabe
dónde buscar, aun con los ojos cerrados.
De cáscaras
grises nacen los cisnes,
pero si
vuela y aún es gris, no es más cisne que un ávido buitre.
Las sombras
pasajeras nunca son oscuridad,
si hay más
luz en los desiertos será porque elige la soledad.
No espera
ser comprendido, pero espera comprender.
No
abandonará el silencio, si no tiene qué decir.
Tampoco
buscará sombra ajena, pues ya es oscura la suya.
Profundas
son sus raíces, irrompible su piedra,
mas poco
tardará en marchar, lejos de quien no le convenga.
Aquel que
sabe observar, comprende las diferencias.
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