La
espada se desprendió de una mano sin fuerzas, quebrando el silencio al caer. La
respiración era pesada, mas no lo suficiente para evitar una mirada y
contemplar así al dragón que yacía vencido: ojos cerrados, alas derrumbadas y
ninguna agitación bajo sus escamas. La euforia pintó una sonrisa en el rostro victorioso,
entre las cenizas y la sangre, ante la esperanza y los recuerdos de aquellos vengados
por fin.
Apartó la mirada de la bestia, el ser más
grande que nunca hubiera contemplado, el más terrible que jamás hubiera
enfrentado. Los horizontes se aclararon y el azul del cielo halló el verde de
las praderas, el sol destelló al apartarse las nubes negras, y más allá había
sombras de montañas que se alzaban en cadenas. Dio un paso con el deseo de
regresar al hogar, hubo un instante de oscuridad y entonces el aire fue difícil
de respirar.
Una luz blanca, innatural, reemplazó al
cálido sol de aquella jornada. La armadura no era ahora más que telas de un
color malsano y una manta despelusada. Se sentó y pudo recordar: el coche, la
autopista, los ruidos repentinos y el descontrol. Y así como tiempo atrás había
despertado a los pies de un bosque en pleno verano, y con una espada junto a su
mano, abría los ojos ahora en una blanca habitación, con tubos y agujas
atravesando la piel igual que la dentellada de un minúsculo dragón. No podía
creer que tantas cosas hubieran sido solo parte de un sueño. Tantas aventuras,
batallas, millas a pie y a caballo; tantas caras nuevas, amigas y enemigas,
sonrientes, tristes, amenazantes o aterradas.
Miró hacia la ventana. Ninguna estrella
destellaba en aquel cielo nocturno, las montañas eran cuadradas, y los demonios
corrían de un lado a otro con ojos de luz artificial. Tras unos pasos débiles,
posó una mano sobre el cristal, y lo abrió. ¿Dónde estaban la brisa fresca y
los suelos de hierba tierna? ¿Dónde la fragancia de la naturaleza y los grillos
con su cantar? ¿Dónde el rey justo y noble, por su pueblo dispuesto a luchar?
Suspiró. ¿Quién esperaría con una sonrisa a cantar sobre el dragón, quién
amaría sin prejuicios, mirando con el corazón? Nadie, nadie en aquel mundo lo
haría; y aquel del que había despertado le parecía ahora más humano, más real,
aunque fuera de fantasía. De súbito, por un instante, lo vislumbró. Dio con la
senda para regresar y sonrió, dejando de llorar. Si el sueño eterno era
aventura sin final, debía retomarla ya. Saltó.
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